A veces me asusta el caos que yo misma creé en mi biblioteca, la piel de los libros que solían devolverme nombres, ahora muestran incisivos bordes, el reverso de los libros los convierte en una especie misteriosa.
Mis dedos actúan bajo la influencia de la sinestesia, acaricio el envés de los libros, estoy esperando que perciban, es cuestión de una revelación, ellos saben dónde se escondería; recogen citas sueltas, pasajes leídos en diferentes momentos, sensaciones que empiezan en las yemas y terminan en un sabor, el dolor se transmite en cada forma, en cada caricia. Hay libros gruesos, pequeños, de bordes amarillos; sería extraño acertar en la primera búsqueda; además, los libros conocen el rito, resguardan su sabiduría y rechazan el asedio de mis dedos.
De vez en cuando, como cada vez, recurro a la botella de alcohol, nutro la yema de los dedos con el líquido, las contaminaciones alteran la lectura y es una forma de tomar aliento para enfrentar la pesadilla.
La vez anterior, resultó muy traumática, le tocó a la “Guerrilla” de Lawrence de Arabia, me produjo gran desconcierto aunque supuse que un libro que trata la experiencia de un inglés entre árabes y turcos de principios del siglo XX, entendería los sacrificios y conflictos de un problema del siglo XXI, el choque de mundos, de civilizaciones, de pensamiento; la modernidad ha achicado el planeta, la falta de espacio hace necesario el sacrificio mensual de deshacerse de un libro al menos, para ser reemplazado por otro.
El de este mes el libro a sacrificar, no aparece, cada vez resulta más difícil. La elección provoca una guerra entre mis órganos; libros que tocaron el corazón, los que impactaron en mi intelecto, los que me hicieron cambiar de opinión, la lista es infinita y en mis entrañas hay confusión.
El duelo de esta tarea, cada vez, me impone un enfrentamiento con éste, mi siglo, el siglo de la reducción de espacio, para lo cual me hace falta un libro para por lo menos recogerme en frases de consuelo; pero ese lujo me metería en otra elección tortuosa.
De repente, lo impensado, mi dedo sangra profusamente, es el borde filoso de una hoja, me hace retirar la mano, que por la rapidez, en el mismo movimiento ha extraído el libro junto con el movimiento, la hoja de tan profundamente incrustada en mi dedo, se separa del tomo y se estaca en mi frente, salta El Quijote, la página como una daga clavada entre mis ojos.
En la hoja, pudo leerse “que él había sacado de la mitad del pecho, con una pequeña daga, el corazón de su grande amigo”; la segunda parte de El Quijote,