Esta mañana, domingo 21 de agosto, leí un mensaje de un compañero de ruta en Twitter donde muestra una foto y un epígrafe. La foto, todo un ícono, al fondo, un avión que acaba de decolar en el amanecer brumoso. En primer plano el torso de un hombre de espaldas, viste trench coat y sombrero Fedora, al que los tangueros viejos conocen como "gacho gris" -"Gacho gris, compadrito y diquero", en la voz de Gardel, que cada día canta mejor-. Imposible no identificar la foto, es Rick que ve alejarse el avión donde se alejan Ilsa y Lazlo. El epígrafe del mensaje de Twitter: "Hay despedidas que marcan para siempre. Esta es una de ellas." De inmediato, me acudió otra despedida cinematográfica, sin melodrama como esta, que estremece más por el mensaje; pero le contesté a mi compañero de Twitter acorde con su foto, le cité los instantes previos de Casablanca; Ilsa: "Good-bye Rick. God bless you." Rick: "You better hurry, Ilsa You'll miss that plane."
Amo las citas, aunque a veces me desplazo hacia la paráfrasis, y las colecciono con tenacidad y perseverancia de avaro, para después derrocharlas con lujurioso desparpajo; lo mismo hago con las palabras nuevas que voy aprendiendo. Porque todos los colectores somos recolectores -la aliteración es adrede-, obsesivos, y acumuladores. Alguna vez leí un artículo sobre coleccionistas de soldaditos de plomo, uno de ellos había comprado un departamento de tres ambientes donde sólo tenía un par de mesas con luces y lupas para ver sus fetiches y en el resto de las piezas armarios, desde el piso hasta el techo, atiborrados de filas triples y cuádruples: cajas, cajas y cajas de cartón, llenas de soldaditos de plomo.
Mis palabras las atesoro en un cuaderno hecho con una resma de papel libre de ácido que compré en el mexica barrio de Coyoacán, 100 hojas tamaño carta, con una característica que me cautivó: 25 blancas, 25 violeta, 25 color melón y 25 celestes; no la necesitaba, pero supe que no podría vivir sin ella; es un objeto hermoso. De vuelta en casa, me dio pena usar las hojas por separado y las mandé anillar con tapas para hacer un cuaderno, que al principio no tuvo ningún fin. Con el tiempo empecé a anotar en él, palabras y expresiones idiomáticas nuevas que iba aprendiendo, también las correspondientes citas de libros o diarios donde las había rescatado. Al principio fue sólo en español, con el tiempo en otros idiomas, la última entrada fue en turco, BinbirGece. A propósito de esta pasión de coleccionar vocablos, en enero de este año escribí una nota, Palabras 2 que, de paso, le dio el título al cuaderno: Diccionario Caótico, desordenado alfabéticamente.
Con las citas fue más complicado, por lo general las anoto en una Moleskine de hojas lisas que llevo siempre encima. Ahora... tengo 7 libretas Moleskines archivadas, más la que tengo en uso y que recién va por la mitad. Porque no solamente anoto citas, también experiencias cotidianas hechas in situ, notas de viajes y fragmentos de conversaciones que robo en lugares públicos. Hace un par de semanas, creé un archivo Word que me llevó todo un día de obsesión, en él organicé las citas en orden alfabético por autor, me quedó un documento de 32 carillas tamaño A4. Valió la pena, acabo de comprobar su eficacia, cuando pude al toque, contestarle a mi compañero de ruta de Twitter. Desde el punto de vista de la estética me encantan las citas, mucho más cuando las invento para salpimentar escritos o, mejor todavía, mencionándolas de manera errada (misquoting) y esto me produce un perverso placer vicario del reo convicto; como Mark Twain cuando dijo "The road to Hell is paved with proverbs" ("El camino al infierno está pavimentado de proverbios"), en vez de "The road to Hell is paved with good intentions" ("El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones", el mismo significado que en español y en francés"). Ahora pienso que, aprovechando mi analectas de 32 carillas, podría escribir una novela, solo hecha con citas, conversaciones robadas y notas guardadas en mis libretas.
De una de mis Moleskines rescato una conversación robada, es de la Feria del Libro del 2011. En el Stand de Venezuela, en una pantalla HD, estaban pasando una biopic, must bolivariano infaltable como insoportable -la aliteración no es un lapsus calami- en portugués pero subtitulada en español. Una parejita se paró frente a las cámaras y se quedó mirando. "Ese es Bolívar, es como San Martín, pero venezolano", le aclaró Romeo a su Dulcinea que lo escuchaba suspensa. Al ver el interés de los enamorados, una empleada del stand se les acercó. "¿Ese es Bolívar?" -preguntó el erudito- "No, Miranda." El de la Triste Figura continuó ilustrando a su Julieta: "Bolivar liberó la parte norte de Sudamérica, se encontró con San Martín en Perú."
En el prólogo de su maravillosa antología anotada de proverbios Creole, Gombo Zhèbes, Lafcadio Hearn aclara que los negros esclavos y sus descendientes, a medida que iban desarrollando ese hermoso dialecto (patois), el Creole, mezcla de distintos idiomas africanos y francés, mantuvieron sus proverbios ancestrales; para luego entrar a saco en los de sus amos y recrearlos en la nueva lengua. Pero además, observa Lafcadio Hearn, con este pasaje al nuevo dialecto, que los esclavos desarrollaron un nuevo arte, acudir al mismo proverbio para diferentes situaciones, a veces antagónicas. Con las citas, me pasa lo mismo.
Porque al proponerme el uso que le daban los esclavos negros, las citas ahora tienen mucho que ver con tres conceptos que, a propósito de ellas, se usan como términos literarios. Estos tres conceptos rescatados por J.A. Cuddon son: le bon mot, una acotación oportuna e ingeniosa; lemotjuste, la observación apropiada para la ocasión, y le mot propre, la palabra exacta para definir algo. Aunque a veces no nos acude ninguna de las tres variantes de le mot, y nos pasa lo que Diderot llamó "le sprit de l'escalier" (el ingenio de la escalera), cuando la respuesta ingeniosa, lebon mot, se nos ocurre cuando es ya tarde y estamos bajando la escalera de la tribuna. Es decir cuando nos estamos despidiendo de la oportunidad. Por eso es bueno tener un caudal de citas siempre a mano; "las oportunas reflexiones de otros nos ayudan a responder, con palabras ajenas, nuestras propias necesidades" y se me ocurre que esta última frase podría ser una cita, por eso la escribí entre comillas.
A propósito del mensaje de mi compañero de ruta de Twitter recuerdo otra formidable despedida cinematográfica, para nada melodramática, y que también es un clásico. Al final de Blade Runner Roy Batty le dice a Deckard: "I've seen things you people wouldn't believe. / Attack ships on fire off the shoulder of Orion. / I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. / All those moments will be lost in time, like tears in rain. / Time to die." ("He visto cosas que ustedes humanos no creerían / Naves de ataque más allá del hombro de Orion / He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. / Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. / Es hora de morir"). Por desgracia, este final se ha transformado en lugar común de escritores y músicos variopintos, que han abrevado en él buscando inspiración. Y esto me parece trágico.
Por eso de esta película, donde cuatro androides o replicantes, con Roy Batty a la cabeza, han vuelto de un planeta distante a la procura de su creador para que les prolongue la vida, rescato otra cita más acorde a mi gusto. Y esta refiere a la escena donde, en su búsqueda desesperada y contra el tiempo, Roy Batty y su compañero León, llegan al laboratorio de Chew, el técnico chino encargado de fabricar los ojos de los replicantes y éste dice "Chew, if only you could see what I've seen with your eyes." ("Chew, si tu pudieras ver lo que yo he visto con tus ojos"). La mejor definición de una cita, que he encontrado: ver la realidad a través de la experiencia y la sabiduría ajena.