Julio Bazán, al igual que Martín Lousteau, es otro que no está entendiendo cómo viene la mano en este país. El bueno de Julito piensa que después de años operando manipulación mediática y mentira para el Grupo Clarín, puede ahora salir a hacer notas en plaza pública.
Y no, Bazán, no podés poner la cara. Ni vos ni ningún operador mediático va a poder dar la jeta en la calle. Las clases populares al fin estamos empezando a entender que la responsabilidad por lo que nos están imponiendo, después de todo, descansa en las corporaciones que poseen y controlan los medios de difusión en monopolio.
Te tiraron harina, patadas voladoras y piñas. ¿Y sabés qué, Bazán? No nos alegra verlo. Vos y tus cómplices, a los que llamás “compañeros de trabajo”, no se merecen nada de eso. Se merecen la prisión domiciliaria impuesta por los pueblos, la desgracia de nunca más poder ver la luz del día más que por una ventana. Sí, ya sabemos que es una jaula de oro, porque vas a estar encerrado en una mansión con toda la comodidad y no podemos mandarte en cana, ya que técnicamente no cometiste ningún delito. Pero que pases de ser superestrella adulada en todas partes a un tipo que no puede salir de casa ya es un gran comienzo.
Recuerden: fueron tipos como Julio Bazán los que construyeron el relato necesario para que gobierne el neoliberalismo. Ellos son los autores materiales de la colonización del sentido común y de la construcción de subjetividades neoliberales que el poder necesita para imponer sus intereses sobre las mayorías.
Para Magnetto, juicio, castigo y cárcel. Para los Julio Bazán, los Alfredo Leuco y los Jorge Lanata, olvido y desprecio. Ahora sí: que se vayan todos, todos los profetas del odio.
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