Entre 1945 y 1947 no hubo discusiones políticas entre los artistas plásticos norteamericanos; sí en París, donde el Partido Comunista, que dominó la escena política durante esos años, seguía impulsando la estética realista y enfrenando a los artistas que no aceptaban la norma. Los años siguientes a partir de 1945 serán el marco de la 'guerra fría', en la cual los expresionistas abstractos se vieron envueltos como parte de la lucha ideológica tal como lo ha desarrollado Eva Cockrof y explicita Guilbaut: "El artista de vanguardia, que se negó categóricamente a participar en el discurso político y trató de aislarse acentuando su individualidad, vio cómo era incorporado como propio por el liberalismo, que consideraba el individualismo del artista un arma excelente para combatir el autoritarismo soviético".
Finalizada la guerra, uno de los objetivos del Plan Marshall fue colaborar con la reconstrucción y estabilización de Europa; además, dentro de los conflictos con la Unión Soviética, defender a Inglaterra y los Estados Unidos de un probable ataque por parte de ésta. Para Guilbault, los tres países claves en esta disputa eran Alemania, Francia e Italia; el primero no fue problema pues había experimentado en carne propia la retaliación soviética cuando su derrota. El problema eran Francia e Italia, donde los partidos comunistas habían sido activos participantes de la resistencia y gozaban de un sólido prestigio en su apoyo incondicional a la política exterior de la Unión Soviética. Por lo tanto era necesario dar, junto con la ayuda económica, una batalla cultural: la promoción de la cultura norteamericana y del american way of life; la democracia contra el totalitarismo. En este momento resuena clara la reflexión de Theodore Roosevelt hecha casi sesenta años atrás, durante los dos años de duelo en Dakota del Norte y rescatada por Kathleen Dalton: "Roosevelt later said that he loved the West and the fresh start it gave him because of its 'rugged and stalwart democracy' were 'every man stands for what he actually is and can show himself to be' " (“Roosevelt dijo posteriormente que amaba el Oeste y el nuevo comienzo que él le permitió a causa de su 'democracia inquebrantable y escarpada' donde 'cada hombre se yergue por lo que él actualmente es y se puede demostrar a sí mismo' ”).
Otros factores fueron aliados en este desembarco cultural de los Estados Unidos en Europa; en la música la influencia estaba presente hacía más de 20 años a través del Jazz, símbolo de la resistencia antifascista; en literatura, la influencia de Dos Passos, Steinbeck, Faulkner, Fitzgerald y Hemingway se había hecho sentir entre los escritores rusos, franceses e italianos; pero siempre hablando de minorías letradas cultas. El caso de Hemingway era paradigmático; crítico precoz de Mussolini, lo había ridiculizado, en el comienzo de su campaña política, en una nota de enero de 1923, en el Toronto Daily Star titulada Mussolini. Biggest Bluff in Europe: "There is something wrong, even histrionically, with a man who wears white spats with a black shirt" (Hay algo errado, incluso histriónicamente, con un hombre que usa polainas blancas con camisa negra); retrato tan preciso y demoledor como el golpe bajo que devuelve el boxeador Jack Brennan en "Fifty Grand". Además, Hemingway había intimado, en el París de los '20, con Gertrude Stein, escritora y coleccionista de arte -amiga de Picasso y Matisse-, que había ayudado en la formación artística del escritor -las referencias a la pintura son una constante en la obra literaria de Hemingway- y había acuñado el término que identificaba a su generación de escritores: lost generation.
Pero, más allá del Jazz y algunos escritores, los Estados Unidos eran, en la realidad de los años de posguerra, un país desconocido para la mayoría de los europeos. Fue el gobierno de ese país y varias instituciones privadas quienes empezaron una campaña para franquear el abismo que separaba a Europa de los Estados Unidos, fundamentalmente a través de sistemas de becas, cuya aplicación y eficacia se haría notar en los '60.
A comienzos de la década de los '50 se produjo el desembarco de la industria cinematográfica estadounidense que comercializaba unas 500 películas por año -cifra que superó toda la totalidad de la producción europea-, que llevó a las salas historias del far west, musicales y policiales. Por aquellos años el segundo personaje del cómic europeo también era de origen belga -el primero fue Tintín-: Lucky Luke -publicado por primera vez en 1946-, un desgarbado y simpático vaquero que aparecía semanalmente en revistas editadas en francés y holandés.
Pronto habrían de seguir la música, la Coca Cola y los pantalones jeans; Estados Unidos, real o imaginario, gradualmente se convirtió en el escenario natural de los géneros de entretenimiento y patrón de consumo. Curiosamente el rechazo que sobrevendría a la "cultura de bañaderas y frigoríficos" como la definió el poeta Luis Aragón en los años '30, no provino de Alemania, Austria o Italia, sino de intelectuales de Inglaterra y Francia; las dos potencias coloniales relegadas por los Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra.
