Una semana después, Horacio habló por teléfono con Osvaldo y quedaron en verse en el bar Oviedo, cercano al Monumento al Resero, en el barrio de Mataderos habían acordado reunirse con Germán Gargiulo; el abogado que llevaba el juicio penal por el asesinato de Raúl.
Era un sitio muy concurrido los fines de semana, pues había comercios que ofrecían todo tipo de artesanías del campo, como las hechas en cuero: rebenques, cinturones; el repujado en plata y la cuchillería. También la feria de artesanos convocaba desde hacía años a turistas que llegaban movidos por la curiosidad por lo autóctono y las parrillas típicas.
El lugar del encuentro había sido propuesto por Osvaldo, que solía armar allí reuniones de trabajo. En días de semana, el bar amplio, con gran cantidad de mesas era muy tranquilo y se prestaba a la conversación.
Cuando Horacio llegó, su tío ya estaba sentado en el medio del salón, tomando café con un hombre. Decidió mantener distancia. Por sus gestos no lograba distinguir si charlaban de temas menores o sostenían una discusión. Se quedó parado hasta que Osvaldo lo vio y le hizo señas para que se acercara.
El cliente, un grandote de esos que meten miedo, pelado adelante y pelilargo atrás, tenía la piel del rostro marcada de viruela y la dentadura marrón teñida por la nicotina. Resultó ser un tal Fernando Bevilacqua, dueño de un frigorífico que elaboraba chacinados y protesorero de la comisión directiva del club Nueva Chicago.
Osvaldo se lo presentó y luego le pidió que lo esperase unos minutos en otra mesa. Horacio se sentó cerca de un ventanal que daba hacia avenida de Los Corrales y le pidió a una camarera morocha y bien parecida, vestida con calzas negras, un café con leche y tres medialunas. Tenía hambre.
Al rato, su tío se despidió del cliente, levantó sus carpetas y se acercó a la mesa de Horacio.
—¿Cómo andás sobrino? —lo saludó afectuosamente.
—Bien tío. ¿Y vos? ¿Qué haces en este barrio malevo?
—Laburo. Yo no elijo el barrio, elijo los clientes.
—Eso suena muy bien. ¿Qué clientes tenés por acá? ¿Por qué gritaba el pelado? O peludo, depende de dónde lo mires.
—Tengo algunos frigoríficos, comercios que venden artesanías y hasta artesanos de la feria que me llaman para hacer sus liquidaciones anuales. Pero de clientes grandes lo tengo a este gordo medio imbancable, aunque poderoso, y dos más que están en el tema de la carne.
—¿Te va bien?
—Mirá, hace cuarenta años ser un contador tributarista, o sea especialista en impuestos, era ser un boludo, porque nadie los pagaba. En los estudios de contaduría grandes el que se ocupaba de impuestos era un salame. Hoy, en cambio, sos Gardel y Lepera, porque entre el Estado macrocefálico que inventa impuestos impagables y los sistemas informáticos que botonean al instante en qué restaurante comiste un bife de chorizo al mediodía, estamos todos jodidos. Hablemos del tema que me querías comentar antes de que llegara el abogado.
—La verdad, no sé cómo decírtelo.
—¿Qué pasa? ¿Embarazaste a alguna chica?
—No, no está embarazada, el tema es la chica.
—¿Con quién estás saliendo?
-—Con Helena, la hija de Rocardo.
—¡Carajo!, te recomendé ahí para que labures boludo, no para que te metas con la hija. ¿Sabés que es hija única?
—Sí.
—El tano es un loco violento que perdió un dedo peleando a los cuchillazos.
—¿Con quién?
—Con el encargado que tenía en el depósito, le hizo un juicio laboral y casi se matan, al final le salió más caro el juicio penal que el laboral. Te tendría que haber avisado. ¿Cómo fue que la enganchaste? ¿Estaba el día de la entrevista?
—Entró al final a saludar.
—Sos más veloz que el correcaminos. ¿Cómo hiciste?
—La vi solo cinco minutos ese día y hace diez días me la crucé en El Fortín. Vino a comprar pizza el día de la primavera. De casualidad estaba despachando, porque mi trabajo es atrás en la cocina. Me reconoció y avanzó, te juro.
—¡Dale! No me jodas que soy tu tío.
—¡No te miento! Tengo testigos, fue en defensa propia. ¿Vos qué hacías a mi edad si te provocaba una rubia como Helena?
—¡Qué quilombo! Es muy buen cliente, pero además del dedo, al muñeco le faltan en el equipo, el puntero derecho y el arquero. Debemos tener cuidado.
—Disculpame, tío, tenía que avisarte. Yo no sé si él lo sabe, creo que no.
—Decirte que no salgas más con la rubia es una boludez, porque te mueve un poco las pestañas y cagaste, es un bombón. Dejame pensar, pero tratá de mantener esto sumergido. Para mí es un cliente importante.