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Viajar desde Buenos Aires a cualquier lugar del mundo vía Turkish Airlines viene siendo una experiencia que no he vivido en otras rutas aéreas. En primer lugar porque el puerto de llegada y conexión es Estambul. Un vuelo a Madrid o: Tsiblisi, Astana, Londres, Minsk, Seychelles o Moscú, requieren escala en Estambul. Si la diferencia de espera es superior a 10 horas, la compañía se encarga de la noche de hotel.
El inconveniente son las casi 17 horas de vuelo, pero cada viaje inspira más de una nota. Si "todos los caminos llevan a Roma", ahora lleva a la supérstite: Estambul –antigua capital del Imperio Romano de Oriente, Constantinopla–, la mayoría de las rutas aéreas llevan a ella. El Imperio Romano de Oriente fue una cultura que amalgamó a cristianos, romanos y asiáticos unidos por la lengua griega; punto final en el Egeo de la Ruta de la Seda y cruce de culturas euroasiáticas. La actual Estambul no desmerece la herencia de 18 siglos.
En vuelos anteriores tuve como compañeros a un grupo de jóvenes deportistas con destino a Israel; delegación de mecánicos y técnicos de camiones Kamaz que, finalizado el Rally Dakar, volvían a Tartaristán; tres o cuatro familias de origen armenio que visitarían la tierra de sus ancestros –por los comentarios: un par de días, el resto: Estambul, Esmirna y Capadocia–, y un imán, ubicado en un asiento que daba a una salida de emergencia –con un espacio amplio para estirar las piernas–, de esta manera pudo hincarse a orar en su alfombrilla un par de veces durante el viaje.
En este vuelo, los compañeros más cercanos fuero una familia de judíos ortodoxos con dos niñas; un matrimonio que no era ortodoxo; una brasileña de San Pablo que había pasado diez días en Buenos Aires; y dos grupos de argentinos estudiantes –distantes pero evidentes por lo faroleros– que iban a Turquía y Roma.
En la sala de espera de Ezeiza, la mayor de las hijas del matrimonio ortodoxo, seis o siete años, se ganó la simpatía del resto del pasaje. La brasileña, me hizo un comentario en portuñol, respondí en portugués y entró en confianza, me dijo que Buenos Aires no le pareció una ciudad violenta, pero le llamó la atención la cantidad de chicas y chicos con pañuelos verdes; confiaba en que Bolsonaro detuviera esa militancia.
A bordo, me ubiqué en la butaca, fila del medio, asiento sobre el pasillo, delante de mí la mamá ortodoxa, con su hija menor en brazos, al medio la nena que se había ganado nuestro afecto de tíos postizos y el papá quien, cuando despegamos, se enrolló el brazo izquierdo en las filacterias abrió un libro y empezó a salmodiar. Varias filas atrás los dos grupos de jóvenes compatriotas empezaron a tomar mate, y se turnaron durante las 17 horas de vuelo –argentinidad enfática. No tomo mate y no tengo nada contra sus adeptos; pero Turkish ofrece sandwiches, dulces y canilla libre. ¿Mate en vez de un pure malt, cerveza, raki o vinos?
A la hora de la cena, las azafatas pasaron el menú –opciones de ensaladas, dos de platos calientes y postre; luego sirvieron las cajas con comida halal y kosher, primero al matrimonio ortodoxo y, del otro lado del pasillo, un señor que estaba a mi izquierda y su señora, ubicada adelante de él. Luego de la cena, una azafata propuso al matrimonio que estaba delante de mí pasar a clase business, junto con las nenas, donde habría espacio disponible hasta Estambul. El matrimonio que estaba a mi izquierda ocupó dos de las butacas vacías y bromearon porque, en determinado momento, la esposa ortodoxa le había recriminado al marido que dejara de rezar y atendiera a la nena mayor.
Después de sobremesa di una caminata por el pasillo hasta la cola y de allí por el pasillo del frente, uno de los grupos de tomadores de mate había sacado una guitarra –argentinidad enfática con rasgos histéricos– e intentaron cantar en voz baja, un camarero los llamo a silencio
Luego de una escala técnica de hora y media y cambio de tripulación en San Pablo, ya en vuelo de crucero, las azafatas pasaron ofreciendo comida halal o kosher para el próximo almuerzo. El matrimonio delante de mí y que se burló de los ortodoxos–y vieron el menú– ignoró la oferta.
Retirar el equipaje en Estambul es inmersión en otras culturas y hábitos que sorprende como la primera vez: ropas occidentales en variantes, chilabas, kuffiyas, abayas, hijabs, burkas, albornoces, kipás, feces, turbantes hindúes y árabes; imanes, monjes budistas con hábitos color azafrán contrastan con ostensivos y lúgubres hábitos de monjes ortodoxos y rabinos. En la Torre de Babel sobresale el estridor prepotente de los jóvenes compatriotas, mates y guitarras en ristre. Pero en este viaje las palmas se la llevó el vuelo Estambul Madrid.
Turquía es, entre otras cosas, conocida por la calidad y bajos costos de servicios médicos. Tuve como compañeros de viajes a delegaciones de españoles, matrimonios, que habían realizado otro Hajd, ya que no a la Meca, a Estambul. Si Dios puso en la frente de Caín una marca, y los creyentes musulmanes se rapan cuando vuelven de La Meca; otras "marcas hispanas": mujeres en los pómulos y labios –"hocico de chanchito", como dicen los mexicanos– y, supongo, otras partes no tan visibles. Los hombres rapados en los temporales y parte posterior del occipital; zona cubierta de puntos sanguinolentos. El frontal hasta la mitad de la coronilla, las mismas marcas pero en menor cantidad y menos cruentas. Implantes capilares que, no llegan a la coronilla permanece tonsurada en la calvicie; ¿primera etapa, presupuesto o peinarse àla Trump? Algunos llevaban una vincha elástica protegiendo las zonas más agredidas, nucas y parietales donde se extraen los haces de pelo para "trasplantar".
En el chequeo antes del embarque había un grupo de implantados, ¿un tour médico para abaratar costos? Pensé en esta posibilidad porque había intercambio de direcciones y números de teléfono celular. En el vuelo a Madrid, en mis caminatas por los pasillos, saqué fotos de ellos; desde atrás, para que no se dieran cuenta.