Literatura latinoamericana, relatos, ensayos literarios
Robert Capa me persigue, en Historias ocultas en libros usados, conté mis derivas en torno a la biografía que compré por Internet a un distribuidor en Estados Unidos y que, luego de mes y medio de espera, me devolvió el dinero; tres días después, milagrosamente encontré, en un vendedor de usados, en Buenos Aires y lo recibí el miércoles 12.
La historia no terminó, el lunes 17 recibí el libro, cuyo importe me había sido devuelto. Ahora tengo dos ejemplares de la misma biografía, con el agregado que el último es la primera edición; maravilla en tapa dura, sobrecubierta algo rota -ya reparada con papel contact transparente- y, placer supremo, una edición de hojas de bordes sin guillotinar, exigió separarlas con un cortapapeles; no pienso deshacerme de ellos, no es el primer libro que tengo repetido.
Robert Capa me persigue. Viene haciéndolo desde hace 34 años, cuando, en un negocio de revistas y libros usados, que estaba en la galería que atraviesa la avenida 9 de julio a la altura de Corrientes, encontré un libro titulado Robert Capa, editado por Studio Vista, Londres 1974, y que, en este momento, tengo al lado del mouse -miro su contratapa, en el borde superior izquierdo impreso 2,60 £; créase o no hay países sin inflación donde los precios vienen impresos en los libros.
En aquel momento Robert Capa era un desconocido para mí, pero me llamó la atención la portada del libro, la famosa foto del miliciano muerto que hizo en 1936 en el cerro Muriano. Al momento de la compra de esa biografía -antología armada con textos del fotógrafo y testimonios de escritores y fotógrafos que tuvieron trato con él-, sin saberlo, ya éramos conocidos. Y lo éramos porque la foto del miliciano muerto fue la portada de un long play de vinilo, que compré hace 47 años, la banda de sonido de la película Morir en Madrid. Infelizmente perdí el disco en alguna mudanza pero recuerdo canciones; en particular El quinto regimiento, hasta un punto tal que, cuando cursé la maestría de Historia del Arte Latinoamericano –dos veces por semana, cuando las clases eran en un quinto piso–, al momento de apretar el botón del ascensor me acudía el estribillo “Con el quinto, quinto, quinto, / Con el quinto regimiento, / Madre, yo me voy al frente / Para las líneas de fuego”. Me fui por las ramas, devoré Robert Capa, y, desde que lo compré, lo he releído incontables veces.
Hace 6 años empecé a dedicarme a la fotografía en serio, y la estética de Robert Capa me atrapó, leí su libro Slightly Out of Focus en francés Juste un peu flou y en español Ligeramente desenfocado; la razón: cada una de las ediciones incluye prólogos y estudios de diferentes especialistas; escribo estas líneas y caigo en cuenta de que es otro libro sobre el fotógrafo que tengo repetido: “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”. Robert Capa ya es parte de mi vida, hasta un punto tal que al 25 de mayo lo relaciono con el día de su muerte (1954), más que con la fiesta patria; nacionalistas sepan disculparme. Hay otro aspecto interesante en su obra: Robert Capa era narrador de pata negra y sus escritos corren parejos a sus fotos, además fue amigo de Enest Hemingway; he encontrado afinidades entre su lenguaje fotográfico y la “teoría del iceberg”.
Robert Capa, heredó, en partes iguales, ying y yang, características de la personalidad de sus padres. De ella, amor por la literatura y el arte, de él, la afición por el juego, la chutzpah (descaro, desenfado) y la habilidad para inventar mentiras sobre los hechos de su vida; de los dos -ella modista de alta costura, él afamado sastre-, la búsqueda de la perfección y buen gusto para vestir. De este modo es difícil para sus biógrafos trazar los límites de realidad y ficción y, de tener un escudo nobiliario, su divisa bien podría haber sido la que Doré le estampó al Barón de Mühchhausen: Mendax Veritas. Por estas razones, se hace difícil separar lo verídico de lo falso en sus notas, cartas y escritos autobiográficos. Empezando por su verdadero nombre.
Endre Ernö Friedman, nació en Budapest en 1913, segundo de tres hijos; de niño demostró interés por los deportes osados -esquí y montañismo-, sensibilidad social -desde la adolescencia simpatizó con el comunismo, al cual separó de la imagen de Stalin- y pasión por la literatura y las artes -algunas de sus fotos admiten lecturas paralelas con pinturas o esculturas famosas-. Su idea era estudiar periodismo pero, en 1931, a causa de su participación en manifestaciones populares, fue encarcelado y debió abandonar Hungría; fue a Berlín a continuar los estudios. Al año de arribo a Alemania, los padres no pudieron seguir manteniéndolo y empezó a trabajar como ayudante en el laboratorio de Dephot, agencia fotográfica de prestigio mundial; se interesó por la fotografía, descubrió que le permitía comunicar ideas sin usar palabras.
Su dominio del alemán no era fluido, con el tiempo incursionó, entre otros idiomas, en francés, inglés y español, siempre con resultados poco recomendables hasta un punto tal que, cuando ya no se llamaba Endre Ernö Friedman sino Robert Capa, Hemingway hizo famosa su broma “Capa speaks seven languages, all of them badly” (Capa habla siete idiomas, todos mal). Reveló talento como fotógrafo en 1932 cuando hizo casi 20 fotos de León Trotzky en Copenhague -Trotzky no gustaba ser fotografiado y sus guardaespaldas se encargaban de ello-. En esas tomas aflora lo que, con el tiempo, desarrollaría como estética: mezcla de chutzpah con proximidad a los hechos fotografiados -al ver las fotos uno tiene la sensación de ser protagonista de los hechos- y que él definiría: “If your photographs aren't good enough, you're not close enough”.
En 1933 Hitler llega al poder. Con un futuro promisorio como fotógrafo, Endre Ernö Friedman -judío- huye a Viena; allí obtiene permiso para regresar a Budapest e intenta continuar con su carrera con resultados magros. Budapest era conocida como la “París del este” y Endre decide intentar en la verdadera, en septiembre de 1933 llega a París; ciudad donde conocerá a la que fue su gran amor y se hará mundialmente conocido.
Allí dará el giro definitivo, fue la ciudad donde tuvo el período de residencia más largo en su vida nómade -casi ocho años- y conoció a Gerda Pohorylle, quién fue artífice de su imagen profesional y la creadora de dos nuevas identidades, Gerda Taro y Robert Capa. Como en un palimpsesto, Robert Capa y Gerda Taro construyeron sus nuevos personajes sobre los antiguos nombres. Como el Otálora de “El muerto”, el destino empezó con cartas de referencias. El Otálora de Borges, rompió la que llevaba para Azevedo Bandeira “porque prefiere debérselo todo a sí mismo”. Con su metamorfosis, Gerda y Robert redactaron sus propias cartas de referencia.