Literatura, ensayos, relatos, novelas, literatura latinoamericana
Tito Lucrecio Caro (de las inciertas fechas de su nacimiento y muerte tomaremos por ciertas: 99-55 a.C.) fue un poeta latino contemporáneo de Cicerón y Julio César y que vivió durante el lento colapso de la república de Roma y de sus instituciones. Por eso buscó una interpretación de las fuerzas que controlan el mundo y cómo pensar nuestro lugar en el universo y, fruto de esas reflexiones fue su única obra: De la naturaleza de las cosas (De Rerum Natura).
Así nos dice en De Rerum Natura: “Nuestro punto de partida será este principio / Nada ha nacido de la nada / Por la voluntad de Dios ¡Ah!, pero las mentes de los hombres están asustadas /… Una vez que hayamos visto que Nada procede de la nada / Percibiremos con mayor claridad / Lo que estamos buscando, de donde viene cada cosa / Cómo se originan las cosas y no de “la voluntad de los dioses”.
La resonancia de su trabajo se hizo sentir en las ciencias y las artes, en primer lugar, porque urgió a los seres humanos a no temer a los dioses, esto le permitirá cuestionar el orden establecido y ver el origen del mundo y las relaciones humanas desde otra perspectiva.
El eco en el mundo de las ciencias se escuchó diecinueve siglos después cuando Lavoisier, padre de la química moderna, enunció su principio: “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, golpe letal a la alquimia, que había mezclado ciencia con superchería.
En las artes el eco se siente ya en sus contemporáneos Virgilio y Ovidio. El primero, cuando comienza Eneida con su propia voz: “Canto a las armas y al héroe” -yo canto-, marca así un giro con el primer Homero en La Ilíada: “Canta oh diosa”, mero intermediario, suerte de muñeco de ventrílocuo, y el de Odisea: “Cuéntame Musa”, donde el poeta se coloca en el rol del que va a repetir una historia. El próximo paso en la independencia de los dioses en el acto creativo será más contundente, Ovidio hizo un relevamiento definitivo del panteón greco latino de su época en Metamorfosis, con una salvedad genial en el comienzo: “Mi inspiración me lleva a hablar”. Es evidente que todos estos autores contaron las mismas historias que todos conocían, sólo cambió la perspectiva para narrarlas.
Las reverberaciones siguen, en el Canto VII de La Ilíada, aparece el hijo de Hipsípila y Jasón, quien llega con sus barcos cargados con vino para los sitiadores; bien, el viaje de Jasón y los Argonautas fue previo a la guerra de Troya, pero la historia recién será contada en Argonáutica de Apolonio de Rodas, en el siglo III a.C.; era una historia conocida por los contemporáneos de Homero, que demoró quinientos años en ser escrita; el hecho de que el viaje de Jasón haya sido una anticipación al de Ulises no debería ya asombrarnos; Nada procede de la nada.
El problema del proceso creativo parece ser, entonces, contar lo que ya se conoce. Pero el arte no es solo eso y recién en el siglo II de nuestra era Luciano de Samosata se burlará de todos los dioses del Olimpo y nos relatará nuevas historias que, hasta el día de hoy, no sabemos dónde las escuchó. Luciano nos contó en sus Viajes extraordinarios e Ícaromenipo el primer viaje a la luna, al espacio exterior y al Olimpo -el pasaje donde Zeus, desde el cielo mira la tierra y ordena tempestades, lluvias y granizos es una anticipación de los programas meteorológicos de televisión-; también habló del antecesor de el Golem, personaje que, entre otros, recrearán Goethe, Dukas y Bernard Shaw. En otra aproximación a la irreverencia de Luciano de Samosata vemos en su obra el origen de los viajes fantásticos, El viaje del Parnaso de Cervantes, Micromegas de Voltaire, Las aventuras del Barón de Munchhäusen, Gulliver, los viajes virtuales en Neuromante de Gibson.
Con Luciano de Samosata se abre un interrogante, al no conocer las fuentes que alimentaron sus relatos podemos suponer, y arriesgar, que fue una creación ex nihilo (de la nada), como lo hizo Dios; ¿o quizás procedió como los dioses del Olimpo, que crearon el mundo a partir de un caos existente? Siempre quedará la duda.
Ahora, rastreando el origen de la literatura nos encontramos que el texto más antiguo conocido apareció diecinueve siglos antes que La Ilíada y donde ya hay referencia al diluvio bíblico, el Poema de Gilgamesh, cuyas angustias resuenan hasta hoy, entre otras, la búsqueda de la inmortalidad. Pero el interrogante sigue abierto. Y ahora se desplaza al antecesor del antecesor.
Y la mejor respuesta viene de la literatura por aquello de: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”