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El 16 de octubre un profesor francés fue degollado por un fundamentalista islámico porque, a propósito de la libertad de expresión y laicismo, les había mostrado a sus alumnos las caricaturas de Mahoma de la revista Charlie Hebdo. El profesor Samuel Paty fue despedido con honores en la Universidad de la Sorbona por el presidente Macrón y condecorado de manera póstuma con la Legión de Honor.
Más allá de lo repudiable e irracional del asesinato, cabe preguntarse si la situación actual, en que el fundamentalismo islámico realiza atentados en lugares públicos y ejecuciones como una modalidad cada vez más frecuente -no hace falta mucha capacitación, basta saber conducir para atropellar a una multitud o utilizar un cuchillo que se consigue en cualquier ferretería-, es el momento de mostrar -y de alguna manera difundir- en una clase este tipo de imágenes que sólo echan nafta a la hoguera. La situación política internacional, el auge del terrorismo fundamentalista -y no sólo musulmán, es bueno tener presente los asesinatos recientes cometidos por supremacistas blancos, algunos con uniforme policial, en Estados Unidos-, agravado por la pandemia de Covid 19, hacen pensar si no necesitamos hacer un llamado a la reflexión, en búsqueda de entendimientos y, también, formas menos corrosivas de prédica docente.
Pocos días después del asesinato de Samuel Paty, en Molenbeek, distrito de Bruselas un profesor fue sancionado y suspendido por mostrar las mismas imágenes que Paty; el alcalde dijo que la decisión fue tomada “Solamente basándose en que esas imágenes eran obscenas. Si no hubiera sido el Profeta habríamos procedido de la misma manera”, dos interpretaciones frente a la misma actitud de un educador.
Pero detrás del aberrante crimen de Samuel Paty, existe otro problema latente que se soslaya: la profunda fobia y desprecio que alberga la sociedad francesa por los árabes y sus descendientes -en su gran mayoría, procedentes de ex colonias francesas en África y a los cuales identifican por su religión-. Basta recordar los incidentes del Banlieue de París en octubre de 2005, dos chicos de origen malí y tunecino fueron acosados por la policía, huyeron y buscaron refugio detrás de un transformador eléctrico y perecieron electrocutados; los policías no fueron sancionados. Sobrevinieron los disturbios conocidos que se arrastraron varias semanas y cuyos protagonistas fueron acusados por el presidente Sarkozy de “la canalla” (laracaille). Estos tumultos revelan una causa más profunda que el acoso y persecución de adolescentes de origen árabe por el delito de “portación de cara”, y es la marginación que sufren los ciudadanos franceses de origen árabe -muchos ya de tercera generación- a la hora de capacitarse o buscar empleo. Estos jóvenes, despreciados y excluidos en su patria, que los reduce al nivel de ciudadanos de tercera categoría, y con el único futuro de continuar con la vida de frustraciones de sus padres, son campo propicio para reclutadores de asesinos fundamentalistas; acicateados por caricaturas que ellos consideran blasfemas.
En enero de 2015 en Londres, camino a la Tate Gallery, vimos una multitudinaria y pacífica manifestación de familias musulmanas protestando por las caricaturas de Charlie Hebdo. En una plazoleta, muy bien cercados por la policía, un numeroso grupo de fundamentalistas blancos con carteles donde los conminaban a que se volvieran a África; a su lado y aprovechando la protección policial, un reducido grupo de descolgados con carteles Je suis Charlie Hebdo; en un momento uno de los integrantes de este grupo se dio cuenta de la compañía, advirtió a sus compañeros y se fueron “a la francesa”.
Tanto la religión judía como la musulmana no aceptan la representación de la figura humana en lo que hace a dios y sus profetas, lo cual, en un simplismo reduccionista, les permitiría acusar a las religiones cristianas de idólatras por hacer lo contrario. Esto hace a sus practicantes particularmente sensibles frente a los ataques que vengan en esa dirección y mucho más si se vinculan con representaciones de contenido obsceno, lo cual, repito, no justifica ni atenúa asesinatos.
En la práctica de la religión musulmana existe un concepto que se aplica a la comida y prácticas sociales halal (en términos amplios, lo que es lícito o permitido) que se equipara con el concepto kosher en la religión judía. En contrapartida, el judaísmo tiene lo no permitido o ilícito, taref, que equivale al haram para los musulmanes.
Pienso en aras de la convivencia y de la comprensión del otro no sería bueno incorporar la práctica de lo halal y kosher; lo haram y lo taref a la ética y la estética humorística -un simple llamado a la reflexión, no a la censura o autocensura- cuando se hiere o agrede a una etnia o religión. Días después del asesinato de Samuel Paty, dos mujeres francesas musulmanas que paseaban con sus niños les pidieron a dos mujeres que le pusieran los bozales a sus perros porque asustaban y podían morder a sus hijos, fueron atacadas a puñaladas al grito de “vuelvan a África”.
No consta que el presidente Macron haya condenado este ataque racista.