La historia duró seis días, suficientes para alertar a políticos y analistas internacionales. El transportador de contenedores Ever Given, monstruo marino, más peligroso que el Kraken o Moby Dick, encalló, quedó atravesado en el Canal de Suez y provocó un embotellamiento de casi 300 buques cargueros. El atasco se entreveía largo e hizo que muchos armadores optaran por la larga y costosa ruta del Cabo de Buena Esperanza, no el “Cabo de Hornos”, como escribió alguna bestia en La Nación -Mitre debe estar removiéndose en su tumba-. El Ever Given, engendro flotante -en imágenes satelitales se destaca su desproporción con respecto al canal- de una longitud (eslora) de 400 metros, ancho (manga, advertencia a la bestia de La Nación, nada que ver con los dibujos animados) de 59, calado de 16; su capacidad de carga es de 200.000 toneladas o, en buen romance, 20.388 contenedores. La callada preocupación de políticos y analistas internacionales tenía sus razones, durante 150 años, el Canal de Suez pasó por guerras y crisis, pero nada comparable con este encallamiento ya que por sus aguas circula un 13 por ciento del tráfico marítimo internacional. Y el alerta obedecía al peligro de cortar o demorar el abastecimiento mundial de bienes tan variopintos como primordiales -muchos innecesarios- que van de petróleo, equipamiento electrónico, insumos químicos fundamentales para la industria, ropa, papel higiénico o plásticos especiales para empaquetar alimentos.
Esta crisis, grave en condiciones normales y ahora potenciada por la pandemia, es resultado del incremento de consumo de la sociedad y el aumento de los precios del combustible. La solución fue incrementar el tamaño de los barcos; navíos más grandes demandan menos combustible por contenedor transportado. Torre de Babel de intereses en la cual el Ever Given simboliza la globalización: astillero y armador japoneses, tripulación hindú, bandera panameña, accionistas internacionales.
La historia de los seis días de atascamiento parece pronosticada por el simpático y cínico matemático de Jurasic Park (la excelente novela de Michael Crichton, no la olvidable serie de películas) Iam Malcom, tan interesado en explicar su teoría como en levantarse a la rubia paleobotánica ElIie Satler. Iam Malcom, experto en modelos de Teoría del Caos predice efectos inesperados en la clonación de los bichoides del parque y para eso cita un viejo proverbio chino adaptado a las circunstancias: “Una mariposa bate sus alas en Beijing y llueve en Nueva York”; aunque Ray Bradbury se le anticipó en su cuento “El ruido del trueno”. Tanto Iam Malcom, como Eckels, el protagonista de “El ruido del trueno”, parecen repetir una de las Leyes de Murphy “si algo puede salir mal, saldrá en el momento menos oportuno”.
La actual pandemia es un golpe a la soberbia del homo sapiens, reveló nuestra vulnerabilidad ante la muerte y lo frágil e inestable de nuestro mundo terrenal; fin anticipado, aunque con otros ideales, en El manifiesto comunista: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”; y mucho antes que Marx y Engels, sentenciado en: “volverás a la tierra de la que fuiste formado, puesto que polvo eres y a ser polvo tornarás”, con el que el Señor expulsó a Adán y Eva del Paraíso.
No he perdido parientes ni conocidos por causa del coronavirus -sí amigos y conocidos que han sido infectados y logrado recuperarse-, sólo debí retrasar el chequeo médico anual. Fuera de eso, mi vida cotidiana no se alteró; hace años que trabajo en casa y, para este aislamiento, tengo más libros de los que podré leer aunque viva dos veces, y continúo comprando. En un plano individual, y egoísta, he visto alterada nuestra rutina de un par de viajes por año, añoro aeropuertos y viajes en avión; pero esto es producto de, por así decirlo, una situación de privilegio, débil refugio de una clase media en vías de extinción. En el mundo hay infinidad de personas que perdieron trabajo, hogar, parientes, amigos y, en mucho casos, la pandemia vino a sumarse al desempleo, hambre, guerras y violencia de todo tipo ya existentes; ¿cómo viven, con la espada de Damocles del Covid 19, miles de hondureños que, luego de agotadoras marchas a pie, buscan la tierra prometida al norte del Rio Bravo, o africanos que intentan atravesar el Mediterráneo en embarcaciones precarias? Imposible saberlo, muchos de ellos sólo son estadísticas.
Hace años escribí artículos de sobrevivencia, modalidad deportiva de turismo aventura extremo en lugares inhóspitos, a veces simulando situaciones de accidentes o catástrofes. En inglés sobrevivencia se dice survival y uno de los decálogos de la modalidad es el acrónimo S (Size up the situation, evalúa la situación); U (Undue haste makes waste, la prisa innecesaria desgasta); R (Remember where you are, recuerda donde estás), V (Vanquish fear and panic, vence al miedo y al pánico); I (Improvise), A (Act like the natives, actúa como los nativos); L (Live by your wits o Learn basic skills, vive acorde a tu ingenio o aprende habilidades básicas). Pienso si este acrónimo, leído a la luz de la actual pandemia, no deja algunas enseñanzas, aunque siempre hay un pero.
Y ese pero es el final de la película Como aprendí a dejar de preocuparme por la bomba atómica (Doctor Strangelove, 1964) de Stanley Kubrick; en momentos calientes de la guerra fría, un general paranoico ordena un ataque a Rusia con bombas atómicas, en el medio de las negociaciones y ante la posibilidad de la respuesta soviética y un conflicto nuclear generalizado, el doctor Strangelove, científico alemán, asesor del presidente de los Estados Unidos y ex nazi, propone que la elite política, científica y militar se retire a los refugios subterráneos, ya construidos y con reservas de agua y alimentos, “previo reclutar las mujeres bellas para garantizar la sobrevivencia de la raza humana”. Las bombas atómicas rusas se anticipan, con un final pronosticado por Edgar Allan Poe.
En el cuento “La máscara de la Muerte Roja” de Poe, una plaga mortal, la Muerte Roja, asola el mundo; el rey Próspero se refugia con su corte y amigos en un monasterio amurallado, repleto de abastecimientos y comodidades, y clausura la entrada para aislarlo. Organiza un baile de disfraces como festejo; pero, aparece un desconocido vestido de rojo, lo que instala la realidad, y la incertidumbre, quién es el desconocido.
Dieciocho meses duró la pandemia de gripe española (1918-19), infectó a quinientos millones de personas y mató a cincuenta. Dieciséis lleva la pandemia de Covid y ha matado a casi tres millones, algunos expertos especulan que habrá que esperar doce meses más para ver si se logra superar su letalidad. Doce meses más, mientras tanto, como la elite de Doctor Strangelove o “La máscara de la Muerte Roja”, los poderosos garantizan sus vacunas, sabedores de que tendrán su lugar en los botes salvavidas.
El resto del pueblo llano deberá adaptar las reglas del acrónimo de Survival a su realidad cotidiana y citadina. Para ellos, como en el Génesis les pasó a Adán y Eva, las puertas del Paraíso están cerradas para siempre por el ángel de la espada flamígera.
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