Leo en El Buscón de Quevedo cuando habla de su padre: “Salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban 'señoría'”. El valor polisémico de la palabra “cardenal” alude a los moretones que recibió al ser azotado, también a la dignidad eclesiástica y le da a la frase dos sentidos posibles. Otro ejemplo similar de esta construcción lo ofrece Benjamín Franklin cuando juega con dos sentidos de una palabra: "Your argument is sound, nothing but sound" (Tu argumento es sólido, pero nada más que ruido). Esta cavilación, coincide con un proverbio Creole de Trinidad que la expresa de manera contundente como un redoble: "Tambou tini grand train pace endidans li vide". (El tambor hace gran alboroto porque está vacío por dentro). También con la reflexión de Macbeth: “Life's but a walking shadow, a poor player / That struts and frets his hour upon the stage / And then is heard no more: it is a tale / Told by an idiot, full of sound and fury, / Signifying nothing”. (La vida no es nada más que una sombra que pasa, un pobre actor / Que se pavonea y agita su hora sobre el escenario / Y luego no se le oye más: es una historia / Narrada por un idiota, llena de sonido y de furia, / Que no significa nada).
Trescientos años después de Shakespeare, en El ruido y la furia (The Sound and the Fury), resuenan los ecos de Macbeth en Jefferson, Mississippi, y los personajes del condado de Yoknapatawpha, territorio creado por el autor como marco de muchas de sus novelas.
Estas digresiones no son azarosas, hacen al sentido de la figura retórica antanaclasis, también llamada dilogía. El término deriva del griego dilogia (repetición) y es una derivación de di-logos (dos palabras), que consiste en usar, dentro del mismo enunciado, un término con dos significados distintos. Los vocablos pueden ser palabras homónimas: la aya -niñera- se refugió bajo la haya -árbol- o polisémicos: dejé el sobre con la carta sobre el escritorio.
A su vez, antanaclasis tiene una etimología igualmente interesante que remite al complejo y sutil mundo de la narrativa y la poesía relacionándola, de alguna manera, con la imagen -“cardenales” en Quevedo; la geografía, en Yoknapatawpha -: antanaklasys está compuesta por tres términos griegos: anti (contra o atrás); ana (arriba) y klasys (ruptura). Estos usos de figuras retóricas combinando palabras y percepciones visuales fueron definidos por el poeta griego Simónides de Ceos -siglo V aC-: “la pintura es poesía silenciosa y la poesía, una pintura que habla”.
Mil doscientos años después, el dramaturgo y crítico alemán Gotthold Ephraim Lessing precisó, en su trabajo Laocoonte o sobre los límites en la pintura y la poesía, los alcances y limitaciones establecidos por Simónides: “En un caso, la acción es visible y progresiva, sus diferentes partes se suceden una tras otra (nacheinander) en una secuencia de tiempo, y en el otro la acción es visible y estacionaria, sus diferentes partes se desarrollan en coexistencia (nebeneinander) en el espacio”. Lessing da a entender que el primero es el tema de la poesía y afirma que fluye en el recitado, el segundo es el tema de la pintura.
A su vez las artes plásticas no son inmunes a la antanaclasis -en este caso visual- a través de dos técnicas: la anamorfosis y el trampantojo. La RAE define la primera: “Pintura o dibujo que ofrece a la vista una imagen deforme y confusa, o regular y acabada, según desde donde se la mire” y al segundo: “Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”.
Volviendo al título y la figura retórica mencionada, el ejemplo más distante que tengo viene de los años de Literatura Española en la secundaria, un romancero de la época de la expulsión de musulmanes -moros- y judíos de España, un amor secreto: “Mora que en su pecho mora”. De allí en más, por el juego de sentidos semánticos del dueto antanaclasis/dilogía sea, por homonimia, repetición o por el carácter dudoso que encierra, la figura retórica se presta tanto para la crítica como para la burla, y fue muy cara a poetas del Siglo de Oro, cuyas obras satíricas están surcadas por ella.
Góngora nos dice en su Letrilla satírica XVII, Dineros son calidad: “Cruzados hacen cruzados, / escudos pintan escudos, y tahúres muy desnudos, / con dados ganan Condados; / ducados dejan Ducados, / y coronas, Majestad”. El poema está estructurado sobre el permanente juego de palabras: “cruzados” remite a los caballeros que participaron en una cruzada, por extensión a nobleza de linaje, pero también a los animales nacidos de padres de distintas castas -sería el caso de aquellos que arriban a la nobleza por vías económicas-; los “escudos” -monedas- permiten darle importancia -pintan- a los escudos de armas; “con dados y Condados” -homofonía- a través de juego se pueden conseguir propiedades o títulos de nobleza, el mismo ejemplo se repite en el verso siguiente. Para concluir: “coronas” -monedas- y Majestad, metonimia, donde la corona hace las veces del rey, pero también polisemia con el otro sentido de “majestad”: grandeza, superioridad, autoridad. Así, Góngora, anticipándose Poe y “La carta robada”, con el uso de la dilogía revela que la mejor manera de ocultar algo es evidenciarlo.
Por su parte el archirrival de Góngora, Quevedo, dice a propósito del oro, en su Letrilla satírica 661, Poderoso caballero es don Dinero: “Sus escudos de armas nobles / son siempre tan principales, / que sin sus escudos reales / no hay escudos de armas dobles”: “real” puede ser relativo a la moneda, al rey y la nobleza o de existencia concreta. Para concluir: “Por importar en los tratos / y dar tan buenos consejos, / en las casas de los viejos / gatos le guardan de gatos”. Acá la dilogía se da con los dos sentidos de la palabra “gato”, bolsa utilizada para guardar dinero, también ladrón.
Actualmente, en nuestro léxico político, la palabra gato ha sido remozada como adjetivo a la hora de los grafitos contestatarios o denigratorios. Mi intención no es embanderarme con unos ni con los otros; sólo con las palabras. Porque ocurre que, al adentrarnos en el significado de una construcción dilógica, nos enteremos de cosas poco agradables.
Y es, sabido: “La curiosidad mató al gato”.
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