No recuerdo cuando vi, por primera vez, los dibujos animados de El Coyote y el Correcaminos; hace un par de semanas apareció, en una de las redes sociales que frecuento, un link de la serie. Me anoté y pude verlas, o reverlas, casi todas.
La serie tiene algo de tragedia griega, el público que asiste a verlas conoce el argumento; lo interesante es cómo el dramaturgo desarrolla el relato, ya conocido, hasta su inevitable desenlace. Y otro tanto nos pasa con los protagonistas de las novelas de Hemingway. Este divertido regreso me llevó a un concepto usado en arquitectura, la anastilosis, término no reconocido por la RAE -se hace necesario-: reconstruir un monumento antiguo a partir de sus restos dispersos o ruinas colocándolos en su posición original y, a partir de información complementaria, reconstruir lo faltante. Wikipedia da la etimología: del griego aná (hacia arriba) y stylós (columna).
Lo primero que saltó de mi anastilosis literario cinematográfica es que el argumento de la serie está basado en un relato del libro de Mark Twain Pasando fatigas (Roughing It) escrito en 1872; el título del relato es sugestivo: “El coyote, animal deslizante y escurridizo”.
Acabo de releerlo; el libro, de carácter autobiográfico, relata en tono de guasa, el viaje que Mark Twain hizo a los 21 años, acompañando a su hermano mayor, Orion, al que el gobierno de la Unión había nombrado secretario del gobernador del territorio de Nevada. Acá surge la primera imagen que el autor quiere darle al lector; torpe -otro tanto hará en Vida en el Mississippi-. En Pasando fatigas Mark Twain se nos presenta como un jinete que montaba lo justo para no caerse, si hacía un fuego podía incendiar medio estado, no tomaba un pico por miedo a romperse un pie. Pero evidenció lo que fue su mayor capital literario, la capacidad de ver e interpretar tanto caracteres humanos como su entorno geográfico, matices, colores, tonalidades. Don visual y capacidad de expresarlo en palabras que llegará a su acmé -y Acme es la marca de productos que usará Wile E. Coyote para intentar atrapar al correcaminos- en Vida en el Mississippi (1883) donde cuenta sus experiencias como piloto en ese río, entre los 24 y 26 años.
Quienes quieran dedicarse a la fotografía, deberían leer Vida en el Mississippi para aprender los matices de la luz azul y la luz dorada, anochecer y amanecer, y efectos distorsivos de la luminosidad en la distancia o proximidad. Así, en Pasando fatigas, nos presenta al abuelo de Wile E. Coyote que intenta atrapar al correcaminos: “el coyote es una especie de esqueleto, largo, delgado, de aspecto famélico, recubierto de piel gris de lobo, cola bastante voluminosa… es una alegoría viviente y con respiración del Hambre, siempre está famélico, siempre es desventurado, para concluir que sería capaz de cazar a un correcaminos”, queda ahora compararlo con el personaje de la serie.
El Coyote y el Correcaminos, fue creada en 1949 para la Warner Brothers por Chuck Jones, quince lustros después, continúa haciéndonos reír, en virtud a la calidad de su factura y acabada definición del dibujo, cuando no existían técnicas digitalizadas, que acentúan las caras de frustración del pobre Wile E. Coyote y su Ananké de nunca atrapar al correcaminos e identifica a los espectadores, que se empeñan junto a él. La idea original fue que los personajes fueran mudos, pero al Correcaminos le terminaron dando la voz ”bip-bip”, imitación de la bocina del Volkswagen escarabajo, hacía poco insertado en el mercado internacional como auto económico. Los “nombres científicos” de los dos protagonistas, aparecen al principio de cada capítulo y pueden variar, pero los dos más desopilantes y frecuentes son Accelerati Incredibilus, para el corredor y Carnivorous Vulgaris, para el frustrado -y ya anticipado por Mark Twain en Pasando fatigas- perseguidor.
Muchas veces el Coyote acude a un arsenal de la corporación Acme: catapultas, píldoras de terremoto, fortificador de músculos de piernas, rocas deshidratadas, patines con reactores, traje de Batman; con los cuales espera lograr su objetivo, sabemos que, inexorablemente, los artilugios se volverán contra él de manera espectacular e inesperada, de resultas a mercadería defectuosa o errores en la interpretación del Coyote en el manual de instrucciones. Así termina quemado, atropellado por camiones o trenes, aplastado por rocas, estrellado en el fondo de un cañón. A veces, al final, en el acmé de su padecimiento el Coyote mira al espectador -rompe la cuarta pared- con cara patética y saca algunos de los frecuentes carteles donde dice: “Ok wise guys, you always wanted me to catch him. Now what do I do?” (“Muy bien, tipos sabios, siempre quisieron que lo atrapara. ¿Ahora qué hago?”).
El comienzo de la novela Nuestra Señora de París tiene una introducción premonitoria: el autor descubre, en un rincón de una galería de las torres, la palabra griega Ananké (la diosa de la fatalidad o el destino) que, en visitas posteriores, no vuelve a encontrar, porque los muros han sido raspados o encalados. Concluye con una reflexión: así como la palabra desapareció, también atentan el tiempo, las restauraciones y el populacho que destruye; la misma catedral, tal vez, podría desvanecerse de la faz de la tierra. A continuación ubica a los protagonistas -incluido, en la mitad de la novela, el autor de la inscripción- cuyas vidas y destinos se entretejen; de esta manera, la catedral será el telar, también las Moiras. Notre Dame puede ser vista como una trinidad pagana: Cloto, Láquesis y Átropos; la que hila; la que asigna el largo del hilo de la vida de los hombres y la que lo corta. Las tres brujas de Macbeth harán otro tanto.
La Ananké de Wile E. Coyote, es su frustrada cacería, con una vuelta de tuerca, y un matiz delicado, él se aproxima a lo que en inglés se llama “round character”: personaje de una obra de ficción con profundidad o una personalidad compleja; a los lectores este tipo de protagonista les parece real porque conocen detalles sobre él: historia, pensamientos o emociones. Por su parte el Correcaminos es un “flat character” puro, es un personaje plano bidimensional en el sentido de ser relativamente sencillo y no cambiar a lo largo de la obra.
La vuelta de tuerca de la serie con respecto al relato de Mark Twain está en que, en segundo, el corredor es el coyote, tan vertiginoso que “de apuntarle con un revólver ya está a tiro de fusil, de hacerlo con un fusil está a tiro de cañón; con un cañón, ya se perdió detrás del horizonte”. Y ante cualquier intención de perseguirlo con el más veloz de los lebreles, el coyote se aleja con un trote rápido, mirando por encima del lomo a su perseguidor alentándolo, para, cansado del juego, arrancar con una aceleración inimaginable, dejando tras suyo una nube “cada vez más ancha, más alta y más espesa de arena del desierto”.
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