Hace una semana se hizo “Fuego camina conmigo”, el primer festival argentino de la serie Twin Peaks de David Lynch. La convocatoria de “fanáticos” de la serie en el Salón Pueyrredón fue mucho mayor de lo que nadie, creo, se imaginaba. Es cierto que la serie salía en Canal 9 u algún otro canal de aire hace unos 15 años, sin embargo la fascinación y la popularidad vienen por otro lado.
Por mi parte, lo que me fascinó de la serie es el miedo. Twin Peaks da mucho miedo. En especial, miedo a tener dentro una oscuridad tan grande como Bob, o más bien, miedo a saber que uno la tiene. El miedo que tiene uno cuando sospecha, intuye, que dentro suyo hay mucho más de lo que deja aparecer a simple vista: miedo a la locura o simple miedo a lo siniestro del mundo que nos habita, como la habita a Laura Palmer, o a Leland Palmer. El incesto, pero también, , el miedo y la entrega de Laura a su propia oscuridad, el deseo, el goce y el terror que le despierta Bob, que es también su padre –cierto- pero que también despierta deseo y terror en su padre. Y sobre todo, miedo a David Lynch, y a nosotros, que vamos a buscar ávidos la fuente del deseo: la oscuridad de adentro nuestro, en esa serie.
Porque qué no es sino placer lo que sentimos en la crueldad, en la tortura, en la oscuridad, en el terror, en la dualidad que nos conforma y conforma a los personajes de Twin Peaks. Si no, no veríamos la serie. Y sentimos placer porque lo sabemos ahí, y lo queremos ver objetivado, y sacarlo de adentro nuestro, explorado afuera, donde da menos miedo. ¿Cómo negar a Bob? Es imposible. Por más que vivamos y queramos vivir una vida de white picket fences, sabemos que esa otra oscuridad, o ese otro placer perverso que en Leland es el incesto, y en Laura es el abrazar y desear esa doble vida y mostrarla en el famoso diario, nos pasa a todos.
Esta misma dualidad de los personajes de Lynch que se habló en el festival “Fuego…”, apela a nuestra dualidad interna. Apela a azuzarla y ponernos incómodos en el reconocimiento de nuestra propia oscuridad. Esa que nos hace encontrar placer –porque, insisto, placer es lo que buscamos en una serie televisiva- en el crimen y en ir desgajando el contexto morboso de ese crimen y de la vida previa de Laura. Una dualidad que encuentra placer en la crueldad, en el mal, en nuestro lado oscuro.
Fire walk with me, porque el deseo del mal es imperativo, gobierna, nos gobierna. Un deseo del mal que se transforma en placer televisivo. Que da miedo porque desconocemos los límites de su maldad, de su brutalidad, de su crueldad. De nuestra crueldad. Un lugar que también tiene su imperio, nos ordena aunque lo neguemos e intentemos combatirlo todos los días de “normalidad”. “Fuego camina conmigo” es una orden, algo de lo que no podemos escapar. Como si nos dijera: si vos lo vas a seguir deseando, y yo también, es inútil escapar y dejar de pedir fire walk with me.