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MarielPardo 7/22/2014 2:38:33 PM
MarielPardo
De Pe a Pa
Los inasibles recovecos de los sentimientos
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Tags Roberto Bolao Mariel Pardo escritora argentina amante relato cuento ficcion microrelato
 
Quin nos contar cuando no estemos
 

Un documental sobre Bolaño, Roberto. Creo que es Canal Encuentro y creo haberlo visto el año pasado o el anterior.

Su viuda muestra unos cuadernitos con una letrita simpática; pequeña y prolija. Parece tinta y no birome. Hay dibujitos, como en “Los detectives salvajes”. Tiene una voz atrapante. No sé, la manera de acentuar las frases. Quizás porque quien habla en español suena agradable a mis oídos. También está Vilas-Matas. Serio, tal vez un poco incómodo. A veces responde más suelto; hasta sonríe un poco. El otro, un apellido y dos iniciales. Parece un hombre común, un vecino, un amigo que nunca tiene que irse enseguida y tiene tiempo para otro café y divagar sobre el tema que surja.

Hace calor. Están en mangas cortas y al aire libre. Ella, en musculosa, con la nariz y los lentes brillantes. Podría dormirme mientras me arrulla. A veces pongo algún canal de España por eso. Si no gritan demasiado, me relajo con la musicalidad de sus frases. Lo extraña. Les explica a todos, ellos y nosotros, que esto viene de aquí, que lo otro de allá. Aporta que aquello le gustaba, pero eso no le interesaba en lo más mínimo.

¿Qué me habían dicho? Que en realidad ellos estaban separados los últimos tiempos. Que fue otra mujer la que lo llevó al hospital cuando se descompuso; cuando se le acabó ese tiempo que a veces parece largo y otras cortísimo y no llegó a recibir el trasplante. Él lo sabía pero me pregunto si alguna vez se dijo “ésta, ésta es la última” antes de hundirse en la quietud del coma.

Circunstancias inquietantes, morbosas, gancheras. Varias. La busco en internet. La foto. De la otra. Es rubia y distinguida. Una Grace Kelly maestra para que Bolaño se enamore en un viaje en tren. Ahora se la ve mayor y también comenta sus gustos; las cenas, las salidas, sus libros. Que en los últimos tiempos escribía un poco menos. Que costó llevarlo al hospital.

Cuando yo no esté, Alejandra tal vez comente jocosa mi encierro en el dormitorio después de la derrota en la final del Mundial. Mi zapping furibundo por los programas deportivos; mi insólita escala en el discurso doblado y monótono de un estudioso de la Universidad de Florencia analizando un cuadro de Caravaggio. También se le humedecerán los ojos cuando repita que un domingo le dije que era feliz la mañana de los días feriados. Ella sirviéndole la leche a los nenes en el comedor; sujetándose el pelo con un broche de plástico al que le faltaba un diente, y trayéndome el diario y el mate a la cama. Siempre olía rico recién levantada. Más todavía que cuando nos abrazábamos estando acostados, apenas un minuto antes de fuera a preparar el desayuno o llegase alguno de los chicos a despertarnos.

Laura también dirá, emocionada, que, según mi opinión, sus cafés eran los mejores del mundo. Y que una vez le dije que soñaba vivir en un cuarto con ella, de esos monoambientes repletos de almohadones, libros y cds. Porque ella era como una de esas novias que siempre quise tener de estudiante y nunca pude. Fue maravilloso haberla encontrado a una edad en la que aquellos proyectos estaban cubiertos de polvo y telarañas.

Las imagino interpeladas. Alejandra, olvidándose de que no hace mucho le dije que tenía ganas de irme. De que fuimos sin hablar, tomados mecánicamente del brazo y aplaudimos a Lucas batir su sable con perezoso esmero en el salón de actos. Laura también desechará de sus recuerdos la despedida en el pallier de su departamento; la mandíbula desencajada, los ojos furiosos, oyendo sin entender que Alejandra era la madre de mis hijos. Además, mi amiga. Alejandra. Quizás Laura se sorprenda al ver que le he contado sólo a ella cosas que nadie sabe y, cuando se dé cuenta o alguien le advierta, navegue orgullosa por las aguas de la ilusión de haberse podido adueñar inesperada y concluyentemente de algo mío.

Ni Alejandra ni Laura mentirán. Pero ambas desconocen la historia completa. Yo me dejaré llevar por las interpretaciones de todos. Juan dirá que la mujer de mi vida fue, es y será Alejandra. El Gordo, que me estaba por separar y que se comprendía con sólo ver a Laura de lejos. Mi hermana no va a entender nada y jurará que no me creía capaz de mantener cobardemente las cosas sin resolver. Le dolerá que no le haya contado. Pero aclarará que intuyó que algo pasaba, que me notaba raro los últimos tiempos.

Ensordecen mi noche de televisión las voces de familiares y amigos contando sus versiones de mí. Y lo más desesperante es que ninguno falta a la verdad; simplemente cuentan lo suyo, lo que vieron, oyeron, sintieron, lo que les parece. Inclusive lo que callo, hasta mis silencios se interpretan según les da la gana a unos y a otros.

La pucha, yo no voy a estar. Tampoco sufriré los desaciertos, las inexactitudes, los dolores de los que se sienten malqueridos o compartiré la dicha del que se asegura gravitante. Después de todo, qué me importa si yo no voy a estar. No sé qué me preocupa más: si eso o que mi historia se pierda, que no pueda ser contada por entero, de pe a pa. Las caras visibles y las ocultas. Me tranquilizo pensando que, de estar presente, no podría desdecir a ninguno. Falso, no me tranquilizo ni un ápice.

No aparté la vista del televisor ni por un segundo pero parece que me perdí bastante. La zorra del Ártico emprende la dura tarea de enseñarle a sus cachorros a cazar el último mes del verano con una suficiencia envidiable. Es claro que de la mano de los instintos el accionar se vuelve sencillo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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