Relatos, literatura, textos literarios, crtica, Ana Abreg
A la cosa hay que armarla, desde el pelo organizado hasta la forma de hacer filosofía, armarse en el margen de la mañana estelar, el desayuno detenido; hay que armar el tiempo de armar la cosa, mandar las piernas, después el cuerpo, dejar que los ojos sean los primeros en poner cerebro en lo que fuera que haya que armar; la cosa esa de todos los días, el espíritu, los aparatos, el movimiento; armarse transversal al espejo, un encuentro lejos de ser esplendoroso.
Salir, respirar como si se tuviera un solo pulmón, armar el corazón, dejar los pensamientos, llegar hasta ese hombre, indiviso, armadito, tan impuntual, que mira con ojos ígneos, una pollerita toda piernas bermellón y la cosa más que armada; es ahí que descubrís que la cosa que hay que armar, está marcha atrás, entera, indivisa, armadita, y escurrida antes del punto y aparte.