A veces viene la rutina a rellenar los agujeros de una tarde que amenaza nostalgia. La reconocés porque hace ruido, se oye el silbido de la pava, el crujido de muebles, una canilla que gotea en alguna parte; una melodía usualmente silenciosa.
La primera vez que la detectas, se eriza el cuerpo en señal de rechazo, como un conjuro para sacudirla, evitas que te toque.
Hasta que llega un día, sin saber cómo ni por qué, advertís que no es tu enemiga y es la única aliada capaz de enfrentar el caos de tu vida.