En in our time de Ernest Hemingway 7 aparece, en el relato 'capitulo 12', la primera secuencia de una corrida de toros: el Tercio de varas. Lo siguen, el Tercio de banderillas y el Tercio de muerte.
El Tercio de varas está divido en dos partes: la Suerte de capote –aquí el torero usa una pesada capa, rosa de un lado, amarilla del otro–. Es el primer enfrentamiento entre el bípedo y el cuadrúpedo; el primero sopesa y tantea al segundo, estudia su bravura, manera de embestir y agresividad. Este tercio culmina con la labor del picador: la Suerte de varas. Allí el jinete empuja y punza en el cuello al animal. Para eso, usa una larga vara llamada puya, rematada en una punta triangular con una cruz –como la de una espada– para evitar que la punta penetre más de lo debido en el toro. El objetivo es dosificar la fuerza, medir la reacción ante el castigo y acostumbrarlo a humillar la cabeza y que embista con el morro hacia el piso.
Sigue el Tercio de banderillas o Suerte de banderillas, seis estaquillas adornadas con flecos de unos 80 centímetros de largo –llamadas con el eufemismo de alegradores o avivadores– y rematadas en un pequeño arpón. El objetivo es excitar al animal sin quitarle fuerzas. Por lo general esta labor la realizan los banderilleros; aunque la puede llevar a cabo el torero puesto que, para los conocedores y fanáticos taurinos, este tercio es la parte más espectacular de la corrida.
El Tercio de muerte es el que más llamó la atención de Ernest Hemingway; aquí el torero usa una capa corta y liviana, roja, con una estaca adosada –muleta–, que permite al torero moverla y ondearla frente al toro.
En su primera nota periodística sobre el tema: Bullfighting a Tragedy (25 de octubre de 1923) aclaró: "I'm not going to apologize for bullfighting. It is a survival of the days of the Roman Coliseum. But it does need some explanation. Bullfighing is not a sport. It was never supposed to be. It is a tragedy. A very great tragedy. The tragedy is the death of the bull. It is played in three definite acts." (No voy a pedir disculpas por las corridas de toros. Son sobrevivientes de los días del Coliseo Romano. Pero necesitan alguna explicación. El toreo no es un deporte. Nunca se supuso que lo fuera. Es una tragedia. Una gran tragedia. La tragedia es la muerte del toro. Se representa en tres actos precisos).
En su ensayo Muerte en la tarde (1932), aclarará que lo que le llamó la atención de las corridas es que, terminada la guerra, era el único lugar donde se podía ver la vida y la muerte –se refería a la muerte violenta–. Más adelante continuará diciendo que, por los años en que descubrió la tauromaquia, estaba aprendiendo a escribir y quería hacerlo comenzando por las cosas más sencillas; una de ellas era la muerte violenta. La muerte violenta del toro lo hizo reflexionar sobre el por qué no le molestaba ver cómo, muchas veces, los caballos de los picadores eran destripados –ver in our time de Ernest Hemingway 7, relato 'capítulo 12'–. Ernest Hemingway, concluye que no le gustaba ver sufrir a los animales, pero que la corrida de toros era una tragedia y la muerte de los caballos era un complemento de lo verdaderamente trágico. A modo de justificación, remata diciendo que muchas personas que se horrorizan del maltrato a los animales son capaces de las mayores crueldades con los humanos; pareciera un retrato por anticipado de Adolf Hitler o de Henrich Himler, reconocidos amantes y protectores de los animales.
A modo de cavilación, no es casual que en Muerte en la tarde, Ernest Hemingway, además de hablar de la historia y todos los aspectos de la tauromaquia, desarrolle su concepto de la teoría del iceberg, opine sobre distintos escritores contemporáneos y contrapuntee con la obra de Goya y Velázquez, su visión de los aspectos trágicos de la corrida, glorias y miserias.
Por último, es sabido que los protagonistas de Hemingway siempre son derrotados, y el lector lo sabe. Siguiendo la estética de un escritor argentino, Jorge Luis Borges –parece una coincidencia que los dos nacieron el mismo año– se podría decir que ambos cuentan siempre su propia trama. Lo importante es cómo los héroes de Hemingway transitan, con dignidad y entereza, hacia su derrota. Es en el trágico fin del toro donde nace la estética de Hemingway.
Los textos que siguen desarrollan, como una secuencia cinematográfica, dos de los tres finales posibles de la corrida: la muerte del toro, la del torero –ver in our time de Ernest Hemingway 2, relato 'capítulo 2'– o la mala faena del último. También es posible ver por qué no dedicó ningún relato al tercio de banderillas, puesto que allí no aparece la muerte –aunque es el más estético desde el punto de vista visual.
capítulo 13
La multitud gritaba todo el tiempo y tiraba pedazos de pan a la arena, luego, almohadones y botas de vino, sin dejar de silbar y gritar. Finalmente el toro se cansó de recibir tantas malas estocadas y dobló las rodillas y se echó y uno de la cuadrilla se inclinó sobre su cuello y lo remató con su puntillo[1]. La multitud pasó sobre la barrera y rodeó al torero y dos hombre lo agarraron y levantaron y alguien le cortó la coleta[2] y la estaba agitando y un chico la agarró y escapó corriendo con ella. Después lo vi en el café. Era muy bajo con cara morena y estaba bastante borracho y dijo que después de todo ya le había pasado antes. En realidad no soy un buen torero.
capítulo 14
Si hubiera ocurrido justo enfrente tuyo, podrías ver a Villalta gruñir al toro y maldecirlo, y cuando el toro cargó él se balanceó hacia atrás como un roble cuando el viento lo golpea, las piernas juntas y apretadas, arrastrando la muleta con la espada detrás siguiendo la curva[3]. Luego maldijo al toro, agitó la muleta frente a él, y se balanceó hacia atrás los pies firmes, la muleta ondeando y con cada balanceo la multitud rugía.
Cuando empezó a matar fue todo el mismo ímpetu. El toro enfrente de él mirándolo, odiándolo. Extrajo la espada de los pliegues de la muleta y con el mismo movimiento miró y llamó al toro, ¡Toro! ¡Toro! y el toro cargó y Villalta cargó y por un instante ellos fueron uno. Villalta fue uno con el toro y luego todo terminó. Villalta de pie erguido y la empuñadura roja de la espada sobresaliendo sombría entre los hombros del toro. Villalta con las manos en alto hacia la multitud y el toro bramando sangre, mirando fijo a Villalta mientras sus patas cedían.
[1] En el original los dos términos en itálica. Cuadrilla, correctamente escrito, es el grupo de banderilleros y picadores que asisten al torero en su faena. Puntillo, grafía resultante del español incipiente de Hemingway, es puntilla, estoque corto que un miembro de la cuadrilla usa para rematar al toro, cortándole la médula espinal, en caso de que el torero hubiera hecho mal la faena con una estocada fallida.
[2] En el origen de la tauromaquia a pie –c. s. XVIII– los primeros toreros se ataban el cabello en una coleta para que no estorbara en la lidia. Posteriormente, algunos empezaron a usar una coleta postiza, costumbre que se empezó a generalizar en las primeras décadas del siglo XX. Resabios de esa costumbre permanecen en el léxico cotidiano 'cortarse la coleta' indica que un torero –o cualquier otro profesional– se retira de la actividad. En este caso, trata a todas luces de una humillación que se le infringe al protagonista del relato.
[3] La escena aquí descripta es el 'pase ayudado', cuando el matador se ayuda con su espada para desplegar la muleta. La técnica es azuzar al toro para que cargue con la cabeza baja –siguiendo el ondeo de la capa–, así expone la musculatura del cuello y las vértebras cervicales; con su propia carga el toro se clava la espada entre las vértebras.