Odi profanum vulgus et arceo 12/28/2020
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.

Uno de los legados literarios más significativos que dejó el Siglo de Oro es un género de neto cuño español: la picaresca, que tiene tres grandes hitos con las novelas El lazarillo de Tormes (1535), Guzmán de Alfarache (1599-1604) y La vida del buscón (1629). La influencia de la picaresca se hizo sentir en otros idiomas y culturas y perdura hasta el presente, como muestras dos ejemplos: Confesiones del estafador Felix Krull de Thomas Mann y una película argentina: Nueve reinas.

La estructura de la novela picaresca es la historia de un marginal que vive del robo y pequeñas estafas -y no solamente vive, muchas veces se dan vuelta las tornas y el protagonista resulta víctima de otros estafadores, o es encarcelado en castigo a sus fechorías-, pero a su vez esa novela es de formación (bildungsroman) o novela de aprendizaje. Así el protagonista, a medida que pasa de la adolescencia -generalmente con distintos compañeros de aventuras, que cumplen el doble rol de explotadores y maestros- a la madurez, gana en sabiduría y hacia el final de su vida, o cuando ha sentado cabeza, en un relato en primera persona, nos cuenta su vida y andanzas.

Si bien sus antecedentes se remontan a la literatura clásica -hay rasgos de picaresca, entre otras obras, en: Satiricón de Petronio, El asno de oro de Apuleyo, las comedias de Plauto y Terencio y muchos de los relatos de Luciano de Samosata- pero, con el paso del tiempo, límites y reglas de escritura se dilatan, continúan y evolucionan. Así tenemos rasgos de picaresca en dos personajes de Mark Twain: Tom Sawyer y Huckleberry Finn; fundamentalmente en Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) -donde se reúnen los requisitos del género: novela de formación, de costumbres, crítica social y moral, todo esto interpolado historias autónomas que se van intercalando-; la evolución continúa y los relatos ya no son necesariamente en primera persona o toman otro soporte narrativo, tal el caso de Nueve reinas.

Lo interesante del género, y quizás el secreto de su pervivencia y evolución, es que si bien los relatos tienen una impronta pretendidamente “popular” y pasatista, su contenido y el fuste de los autores que han incursionado en ella muestran lo contrario. Y esta especie de oxímoron narrativo se da en el contenido y carácter bifronte del género: un relato cómico que enmascara una profunda y descarnada crítica moral y social. De esta manera, la novela picaresca admite dos niveles de lectura: el meramente lúdico y el que abre espacios de reflexión.

Este doble juego del gusano que se metamorfosea en mariposa, de peón que se corona en dama, lo anuncia y enuncia Mateo Alemán en el prólogo de Guzmán de Alfarache, concretamente con dos de las dedicatorias con que abre el libro. La primera: “Al vulgo”, donde alude al tópico de Horacio “Odio al público ignorante y me alejo de él” (Odi profanum vulgus, et arceo); la segunda: “Del mismo al discreto lector”, donde explicita sus propósitos: “Haz como leas lo que leyeres y no te rías de las consejas (cuentos o relatos) y se te pase el consejo, recibe lo que te doy y el ánimo con que te lo ofrezco y no lo eches al muladar del olvido”.

En Parque jurásico (Jurassic Park) -la excelente novela de Michael Crichton, no la olvidable antología de efectos especiales de la serie de películas que la sobrevinieron- se extrae de mosquitos petrificados en ámbar el ADN contenido en sangre de especies extintas y con el cual se clonan, por un lado, y generan por el otro, nuevas especies. De la misma manera, una vuelta a textos clásicos, o formas narrativas que estos desarrollan, permite actualizar conflictos y angustias congénitas a los humanos: desde los celos de hermanos que derivan el en asesinato de Abel, a los privilegios de la primogenitura con Jacob y Essaú, a viajes a países imaginarios o relatos de mentirosos. Remontar el hilo de estas historias, que de tanto ser contadas y recontadas se tornan cada vez más contemporáneas, es el renacer de la inspiración y la literatura. ¿Qué otra cosa sino una vuelta a la Anábasis de Jenofonte ha sido el regreso de los varados en el exterior con el comienzo de la cuarentena por el Covid 19 y que afrontaron el difícil retorno a sus hogares? Como en El Danubio de Claudio Magris, remontar viejas historias nos acerca a los orígenes del río, una canilla en la ladera de un monte.

No todo fluye como el río, Danubio o el de Heráclito, a veces se estanca y emponzoña como el lago Estínfalo; hay historias y protagonistas que, al narrarse remozados, se contaminan con el cristal de la realidad pos pos moderna, donde los protagonistas son tan políticamente correctos e “inclusivos” como afinados a las leyes de la mercadotecnia, hasta el punto de volverlos adocenados e intrascendentes y, lo que es peor, vendidos como si fuera oro fino -artes y armadijos de la mercadotecnia-; en ese momento, como una alarma, suena la primera dedicatoria, “Al vulgo”, de Guzmán de Alfarache. Y también una reflexión de un autor contemporáneo, cuya obra no he leído y de la cual hay pocas referencias; sin embargo es muy conocida la cita de una novela suya.

El autor, Waldemar Lysiak (1944), polígrafo polaco, reconocido por su aversión a los regímenes totalitarios y cuyas críticas se asemejan a las de George Orwell. La novela se llama Statek (1994), de la cual no tengo más datos, y es probable que sea tan verídica como el Necronomicon de Lovecraft, o las bibliografías borgeanas. Pero la reflexión de Lysiak, se afina con estos rebrotes, ya que no de Covid-19, de mediocridad, porque dialoga en el tiempo con el odi profanum vulgus et arceo de Guzmán de Alfarache; Dice Lysiak: "If majority is always right; let's eat shit... millions of flies can't be wrong" (Si las mayorías siempre tienen la razón, comamos mierda, millones de moscas no pueden estar equivocadas).





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