Un tipo de narración, que no tiene un género para definirla, es la historia recurrente. De ella hay dos relatos muy conocidos; uno, habla de un perro que robó un hueso y el cocinero lo mató de un cucharonazo, los perros amigos lo enterraron llorando y en su lápida grabaron: “Un perro robó un hueso y el cocinero lo mató de un cucharonazo, sus amigos perros…”. El otro, ya en forma de canción con variantes en alemán y en inglés, es “Hay un agujero en mi balde”, la versión de Harry Belafonte de There’s a Hole in the Bucket es para escucharla. Ya en lo que hace a cuentos, “Continuidad en los parques” de Julio Cortázar es la forma más acabada de narración usando esta técnica, que en diseño gráfico es conocida como Efecto Droste; en heráldica, pintura y literatura, mise en abîme (puesta en abismo); en el campo de las matemáticas, Cinta de Möbius, que el artista Escher incorporó a muchas de sus obras.
Por razones que ignoro, desde niño, me llamó la atención la mise en abîme, aunque por aquellos años ignoraba el nombre, y la relacioné con el mundo de los sueños recurrentes. La mise en abîme es ese tipo de figura que se repite a sí misma una dentro de otra, como las mamushkas rusas. Era famoso el viejo marbete de aceite Cocinero -”De todos el primero”, decía la propaganda radial- en la cual un cocinero con sombrero de cocinero, tiene una botella de aceite Cocinero en cuya etiqueta tiene un cocinero con… Otra marca famosa con este esquema es la todavía vigente propaganda de quesos francesa La Vache qui rit, diseño lanzado hace ya un siglo, más o menos cuando la firma de alimentos holandesa Droste lanzó su cacao en polvo usando el mismo efecto. En pintura, ya en el siglo XV, Jan Van Eyck, se anticipó cuando usó este recurso en Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa.
Con respecto al mundo de los sueños, aparte de ser miembro activo del club de cultores -mis viajes oníricos harían las delicias de más de un profesional si me acostara en el diván y empezara a hablar-, mi ignorancia sobre sus mecanismos y estudios sobre el impacto en la sique humana es enciclopédica. Hay relatos de sueños e intérpretes desde la época de Homero, y antes, y en todas las culturas de las que se tenga conocimiento; entre otros herederos, actualmente tenemos el significado de los números en la quiniela, así, si a uno mientras duerme lo visita el nono muerto, ya sabe que tiene que jugarle al 48.
Mi gallináceo vuelo del mundo de los sueños -jugarle al 25 “la gallina”- se remite al mundo con el cual me relaciono, literatura e imagen, hay infinitos casos de su influencia en el arte. Sueños tuvo el faraón, que supo interpretar José, y el Rey Rojo en Alicia a través del espejo. Ya menos mitológico y poco literario, es conocido el caso de una pesadilla de James Cameron que lo llevó a filmar la segunda parte de Terminator -con lo cual la pesadilla resultó en un bodrio de la pantalla, muy al estilo de los que suele frecuentar este director-; otra pesadilla inspiró a Robert Louis Stevenson para escribir El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde; otra, a Mary Shelley. En “La noche boca arriba” y “El sur”, Cortázar y Borges incursionan en el mundo onírico; los pintores surrealistas llevaron al lienzo este mundo, de todos ellos me acude Sueño causado por una abeja alrededor de una granada, un segundo antes de despertar, de Dalí. Otro caso que me evocó ensueños se remite mis años de ingeniería, concretamente a Química Orgánica.
August Kekulé buscaba, junto con sus pares, determinar la fórmula del benceno, cuya molécula tiene 6 átomos de carbono y 6 de hidrógeno y no correspondía a ninguno de los enlaces químicos conocidos. En 1855, luego de conversar con un colega del problema sin solución regresó en tranvía a su casa; durante el viaje, echó una cabezada y vio un baile en forma de ronda de átomos de carbono y de hidrógeno; siete años después viendo danzar las llamas de la chimenea hizo una pequeña siesta, ahora, los átomos entrelazados terminaron bailando una ronda, como nuestro Pericón Nacional, sólo que el de Kekulé fue de tres parejas. Resultas de estas flâneries oníricas, Kekulé pudo esquematizar la fórmula de la estructura circular de la molécula del benceno.
Cuenta Ovidio en Metamorfosis que el Dios del sueño tuvo muchos hijos quienes rigen nuestro mundo a la hora de dormir, de ellos se destacan tres: Icelón quien se convierte en pez, ave, fiera, insecto o reptil; Fántaso, que tiene artimañas diferentes, asume la forma de tierra, fuego, roca, agua, madera y todo aquello que no tiene aliento vital; Morfeo quien remeda el timbre de voz, palabras vestidos y manera de andar, de los humanos. Los tres llamarán la atención de Borges por aquellas características del dios Proteo quien: “Urgido por las gentes asumía / la forma de un león o de una hoguera / o de árbol que da sombra a la ribera / o de agua que en el agua se perdía / De Proteo el egipcio no te asombres, / tú, que eres uno y eres muchos hombres”.
Dentro del mundo de la palabra escrita y la imagen, la vieja relación de Simónides, “la poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda”, nos lleva a un punto de cruce de dos formas posibles de narrar, con el pincel o la pluma, otro término que me acude de esta relación es derivado de una palabra árabe y de allí adoptada en español en los siete siglos de la ocupación árabe de la península.
Agamiyya, (entre otros matices: “lengua extranjera”) alude a la lengua hablada por los cristianos, pero y, mucho más interesante por aquellos siglos, a composiciones en español, escritas en caracteres árabes o hebreos, y muy relacionada con los sueños y la mise en abîme. Hoy la llamamos aljamía.
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