Tuve oportunidad de ver actuar, en dos oportunidades, al mimo Marcel Marceau, quien resucitó el antiguo arte de la pantomima, destreza de los llamados -valga la anáfora- "artistas silenciosos" del cine mudo, que tuvo su acmé en Buster Keaton. De Marcel Marceau, siempre de cara pintada de blanco, ojos delineados en negro y labios rojos –maquillaje que lo asemejaba a las antiguas máscaras del teatro griego–, recuerdo varios números. Uno, tratando de abrir una puerta para entrar en un imaginario cuarto con las ventanas abiertas por un tremendo ventarrón; encerrado en una pieza cuadrada buscando la salida; limpiando un enorme espejo y viéndose reflejado en él; tirando de la soga en una cinchada, a veces ganando a veces perdiendo, para terminar por caer de espaldas cuando su bromista -e inexistente rival- suelta la soga.
Las representaciones de Marcel Marceau nos ubican en un mundo de falsa realidad, que es percibida como verídica y se relaciona, desde sus orígenes, con la literatura, la pintura y la arquitectura; estos dos últimos casos tienen su referente en el trampantojo -según RAE de “trampa ante el ojo”- también conocido por su nombre en francés trompe l’oeil. Sea cual fuera la forma de expresión elegida, el trampantojo busca engañar al espectador o lector haciendo pasar lo representado por real; en el caso de la plástica y la arquitectura jugando con leyes de óptica y perspectiva para simular espacios, muebles u objetos inexistentes. Es conocida, y citada, la referencia relatada por Plinio el Viejo que involucra Zeuxis y Parrasio cuando compitieron para ver quién era mejor pintor; el primero invitó al segundo a ver un cuadro, el verismo de las uvas representadas era tal que los pájaros se acercaron para picotearlas; por otra parte la cortina pintada por Parrasio parecía tan real que Zeuxis le pidió que la retirase para poder observar el cuadro.
Aristóteles en Poética, el primer tratado de estética conocido, aclara: “Puesto que los imitadores emulan individuos en acción los imitarán o bien mejores que nosotros, o bien peores o bien iguales, como lo hacen los pintores: Polignoto los pintaba mejores, Pausón peores, Dionisio iguales”; y más adelante aclara que lo mismo hacen los poetas “…Homero imita a los hombres mejores que nosotros, Cleofonte iguales, y Hegemón de Tasoy Nicócares, peores”.
En nuestra vida cotidiana, los trampantojos, oficio de ilusionistas, proliferan en la moda, tal el caso de los tejidos animal print y “símil cuero”, consumidos por ecologistas; también en el cine y en el teatro. Por su parte, la gastronomía tiene sus trampantojos en menús vegetarianos y veganos en base a soja, garbanzos o mix de semillas que simulan chorizos, mollejas, hamburguesas y embutidos; para más inri tenemos múltiples ofertas de cafés descafeinados, leches sin lactosa, cigarrillos sin nicotina y cervezas sin alcohol. Tendencias alimenticias que tienen un término alemán -¿cuándo no?- para designarlas: ersatz (sucedáneo), creado en la Primera Guerra Mundial para sustituir alimentos, inaccesibles por el bloqueo naval de los aliados, que tuvo, entre otras delicias, el café de achicoria, tabaco en base a raíces secas y cáscara de papas, y la carne, un miscuglio de arroz prensado y hortalizas varias cocido en sebo de cordero. Con respecto a este ersatz cárnico, Peter Englund, en su soberbio La belleza y el dolor de la batalla, menciona el diario de una adolescente alemana donde registra que los trozos de “pierna de cordero” venían acompañados de sus respectivos huesos de madera para darle mayor énfasis al trampantojo gastronómico.
Nuestro paisaje urbano se ve enriquecido con expresiones de falsos decorados en el llamado street art, que adorna paredes y medianeras, muchas veces aprovechando elementos ya presentes -arquitectónicos o vegetales-, y que tiene su máxima expresiónen la obra de Banksy, trampantojo o seudónimo de un artista desconocido, supuestamente británico.
Ahora, pasada la impresión inicial, la ilusión o el efecto de realidad del trampantojo viene acompañada, y necesita, de una dosis relativa de autoengaño, para aceptarla como tal. Así, el consumidor experimenta algo parecido a un vértigo referencial puesto que detrás del relato, visual o gustativo, se oculta un subtexto que lo hace comprensible y admisible, en lo que se llama sub especie ludi (bajo la apariencia de un juego). Porque todas estas sensaciones están acompañadas por un ilusionismo que las relacionan con los trucos de magia o de trileros, embaucadores callejeros que esconden una bolita debajo de tres recipientes opacos iguales y, luego de cambiarlos rápidamente de lugar sobre su taburete apuestan con los incautos para que adivinen debajo de qué recipiente está la bolita. Y no hay que olvidar que ilusión viene de latín illusio (ironía, mofa, burla, espejismo).
El arte de la ilustración presenta otras variantes de trampantojo, una de ellas, la anamorfosis, tipo de dibujo o figura que admite ser percibida como dos o más imágenes, según desde donde se enfoque la visión. En poesía y narración tienen sus equivalentes en las frases de doble sentido, las adivinanzas -”oro no es, platano es”; el plátano-, juegos de palabras tales como “Mi abuela estaba riendo” por “Mi abuela está barriendo”; también el calembour (del italiano calamo burlare = burlarse con la pluma), figura retórica que consiste en modificar el significado de una palabra o frase al reagrupar de distinta forma las sílabas que la componen -“Abandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados”, dirá Oliverio Girondo en un poema-. Un ejemplo contundente de calembour lo da la apuesta -ganada- por Quevedo al decirle a Mariana de Austria -esposa de Felipe IV-, que era coja, cuando se presentó ante ella con una flor en cada mano y las ofreció con su inolvidable chanza: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”, o “su majestad es coja”.
Dentro de mis escritores favoritos guardo dos excelentes remates de cuentos de J. D. Salinger que resultan trampantojos narrativos: “Un día perfecto para un pez banana” y “Linda boquita y verdes mis ojos”; y esta es una buena oportunidad para volver sobre ellos.
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