Nos adaptamos, somos una especia que se precia de ello. Se dice, que gracias a esta cualidad sobrevivimos, dominamos las especies, dominamos la naturaleza, evolucionamos, subsistimos.
La cosa es que necesitamos convencernos de ello para poder seguir.
La mayor evolución no es que podamos hacer todo eso, sino que la mayor evolución es convencernos para continuar de ese modo y llamarle estándar de vida mejorada.
Y con ello hemos inventado el monstruo que nos fagocita: la prisa. Tenemos que hacer todo ya y antes que ya y antes que otros y antes que antes.
Trasmitimos esa a nuestros descendientes, va en los genes, en el comportamiento en la información, en el lenguaje, en el conocimiento.
Nacen los niños y adquieren antes la prisa que el lenguaje.
Para cuando somos capaces de reflexionar sobre las condiciones de lo que hayamos con la prisa, es tan tarde que no nos queda más que usar la misma desinteligencia que nos hizo conducirnos de esa manera, para inventar las excusas necesarias para haber vivido la vida de esa manera.
En neurociencias, consideran esta adaptación, la de acomodar las excusas a las situaciones que no tiene remedio, un éxito de la especie.
Quién soy yo para cuestionarlo. Es asunto de la ciencia, no le podemos llamar progreso, porque al progreso se lo viene cuestionando desde que se inventó la pólvora y el fideo, pero si es asunto científico, la cosa cambia.
Siempre se podrá decir: nunca el mundo alcanzó este nivel de evolución. Es una frase que sirve en cualquier ubicación temporal en que haya sido dicha, y aún así, el fin de ello, en sí mismo, sigue siendo un misterio.
La mitad de nuestro cerebro “neurocienciado” intentará una justificación que nos sirva para seguir en la misma dirección, aunque no tengamos idea de cuál es esa dirección y mucho menos si es que hay otra, es por ello, que esta reflexión, es más que un intento de adaptación al modo de uso de las palabras, es más bien un testimonio de la perplejidad con que la increíble capacidad de adaptación con que parece que venimos al mundo como especie, me sorprende en un sentido más allá de mi propia fragilidad.
Será cosa de la edad, que es una frase que se dice justamente cuando se está en la edad de decir es la edad.
Y lo peor de todo es que contradeciré esta capacidad de adaptación en cuanto termine esta nota y tenga que seleccionar en qué categoría va.
Sepa lector que es casi al azar esta elección.