A pesar que algunas novelas de terror han ganado premios, en Argentina el género sobrevive en los bordes del circuito de lectores.
Los referentes del género, son los de siempre, ingleses o norteamericanos, Edgar Alan Poe, con sus cuentos de asesinatos y asesinos animales, Mary Shelley con el inolvidable Frankestein, Ann Rice con sus Crónicas Vampíricas, Bram Stoker con Drácula; comparten con obras emblemáticas como el Quijote de la Mancha, dos cualidades, que sus personajes son prácticamente adjetivados para indicar una personalidad, una historia, un comportamiento, un panóptico difícil de igualar, y la conversión de sus autores en personajes a su vez; a todos les han inventado personalidades, biografías, y puestos a su vez como protagonistas de películas.
Sus textos desplazaron la atención del público hacia sus personalidades, sus vidas, sus particulares historias.
Muchos autores comparten estas características, pero pocos con la potencia y universalidad de estos personajes.
Quizás por la fuerza de estos personajes, no hay escritores Argentinos que sobresalgan de la norma de mantener a la literatura de Terror como si fuera un género menor, o tal vez se deba al gusto de un público poco desarrollado por la truculencia.
Algunos opinan que en este país hay suficientes hechos en la realidad como para empañar cualquier intento de sobresalir en el género; sin embargo, ninguno de los personajes que generaron el terror en la Argentina ha tenido un autor que se ocupe de ellos como para transformarlos en sustantivos, en adjetivos, como cuando se refieren al “vampirismo” o “draculizado”, términos que promueven tribus seguidores de la moda gótica, un género que se retroalimenta desde esos textos, reescriturados, reconvertidos y en definitiva plagiados desde focalizaciones que parecen no tener fin.
Algunos han llamado la atención sobre escritores jóvenes y obras que lo intentan, con una moda, los muertos que comen cerebros, los zombies y sus infinitas derivaciones de contagioso comportamiento e indefinibles propósitos para justificarlos, una conspiración, un error científico, lo que sea, sin que haya un personaje definido, tanto como los inmortales.
Algunos lectores consultados han hecho su elección, por autores argentinos, en el que Laiseca, lleva la delantera, como escritor, pero Ibañez Menta, como presentador del género, sin que nadie pueda distinguir su rol de actor, no de autor.
Lo cierto es que en el escenario de argentina, el rubro Terror tiene deudas impagas, aún queda espacio para esa construcción del monstruo que podría volverse un sustantivo, un adjetivo; a pesar que algunos autores piensan que no es tan bueno quedar desdibujado como autor cuando el personaje es el que trasciende. En mi opinión tal cosa termina por decantar, como ejemplo el famoso Gregorio Samsa, el personaje de la metamorfosis, ineludiblemente asociado a su autor, Kafka, sin dejar de mencionar que éste autor es tan conocido por su personaje como por su texto La Ley, como emblema del absurdo de la justicia.
Como sea, sería interesante contar con un monstruo local, que te ponga los pelos de punta y hable por vos, trascendiendo la propia vida.
Un gran desafío para los escritores argentinos.
La fuerte tradición literaria de argentina, lideradas por Cortazar o Borges, nos han dejado una estela de literatura fantástica, personajes que más que monstruos que provocan repelús, provocan envidia literaria.
El género del Terror es una deuda local, a la sombra de monstruos literarios, el monstruo de verdad aún está por nacer.