Relatos, literatura, literatura latinoamericana, Ana Abreg, escritora argentina, metaliteratura, revista de literatura.
Algunos se toman unos minutos para darse con el gusto del café y la medialuna, ya sea en la oficina o en el bar más próximo, a veces, a la salida del trabajo.
La mayoría de las veces, es un acto de costumbre: estar un momento en un espacio en el que se está dentro de sí misma.
Ese espacio, en mi caso, se trata de cierta estación de servicio, aparentemente inadecuado espacio para que una mujer tome como costumbre asistir; imprescindible para mi, ya que usualmente cuentan con una factura poco usual, cuadrada, ella, salada, a la que llaman Entrerriana, y a la que le conozco otros nombres, pero que no vienen al caso.
El tema es que en el insano lugar, voy a ocupar horas de lectura, mientras la mayoría va a despuntar el vicio de encontrarse con amigos de rubros afines. La mayoría taxistas, y los otros, gente de paso que usa el baño, y a veces, compran golosinas o cigarros, y pocas veces se sientan a tomar algo como solemos hacer los que depositamos los huesos, rodeados de los extraños efluvios que se pueden encontrar en las estaciones de servicios.
De ese devaneo de horas, surgen reflexiones que no tiene ni fin, ni sombra, viene y se van intrascendentes y sin propósito.
Pero lo que más extraña de este sitio en espacial, es que siempre pasa algo curioso. Por ejemplo, el hecho de que el baño, por alguna razón inexplicable, suele ser protagonista de hechos que alimenta la imaginación y las cosas que se comparten en los chismes del día.
El baño suele estar en refacciones, según las personas que atienden, porque se usan de manera inadecuada, sin que sepa yo nunca a qué se refiere, ya que a un baño, se va a hacer las mismas cosas que se hacen en cualquier baño y es inexplicable por qué cae este en especial, en tantas refacciones.
La situación causa siempre irritación, desde gritos de clientes, sobre que es un boicot, hasta gente que enojada, se mete en su auto nuevamente y se echa a volar sin pagar el combustible ni el café que pidió.
Entre otras cosas, a veces, se puede ver que las chicas que sirven café, solicitan a los que atienden la playa que saquen del baño de los hombres a alguien que se queda más de la cuenta, y que provoca que una gran cola se vaya haciendo tan larga que atraviesa la puerta de entrada, sin permitir cerrarse y entonces el aire acondicionado se echa a perder, por lo cual es el segundo objeto en requerir refacciones.
En horarios que sólo los hombres registran, puede verse a la gente mirando el partido, esto es usual en cualquier bar, pero en este, es además un azar, porque depende de quién esté atendiendo.
En más de una ocasión, una de las chicas que atiende, con gran valentía echa a los que entran a rogar para que permitiera el partido en la tv, taxistas, extraños, policías, ella rechaza a todos y enfrentaba los insultos; esgrime la excusa que gritan y no consumen, pero más bien parece que le molesta tanta gente que ensucie el bar a la vez.
El bar es vidriado, desde adentro se ve toda la actividad que se desarrolla en la playa, que no es menos compleja, desde gente que provoca choques, a enojos por el costo del combustible a persecuciones de la policía que suele estar cargando, y robos o extracciones que no se alcanzan a observar, una se entera de ello cuando ya es tarde, cuando se comenta, cuando todos empiezan a mirar para todos lados.
También presencié casos de peleas de novios, extrañas conversaciones entre sectas, a veces personajes que dicen ser de grupos con nombres que nunca escuche.
Una cosa es segura, no alcanzo a cumplir las metas que me propongo a leer, que ya está sucediendo algo raro en el bar.
Entra los chismes intrascendentes, el día que no pasa nada en el bar, es como si no hubiera ido.
Detrás de toda esa actividad efervescente de autos y tránsito por el baño, se esconden muchas pequeñas historias cuya genealogía más extraordinaria es que ocurren en un mismo espacio, en la mayoría de los casos simultáneos, lo que les da a veces una sensación de irrealidad.