A propósito del añejo Tratado general de geopolítica -edición de 1961- de Vicens Vives, que estoy releyendo, busco información actualizada en la Web y surge una viñeta -primer premio del Press Cartoon Europe- del humorista catalán Kap, publicada en La Vanguardia de Barcelona en noviembre del 2015, donde alude a la crisis de los refugiados que desborda las fronteras del continente. La ilustración es una puesta a punto del libro que transito, sobre todo del subtítulo: El factor geográfico y el proceso histórico.
El dibujo de Kap muestra a un señor apoyado contra una puerta cerrada con los brazos extendidos, a modo de puntal, para reforzar pestillos y cadenas de seguridad. Pero, la puerta no tiene paredes donde sostenerse, solo está afirmada en el piso y, por detrás de la misma, por sus costados, del “lado de adentro” y envolviendo al “señor-puntal”, que mira azorado a una ola de mujeres, niños y hombres -“de todas las razas y de todos los sexos” como dijo alguna vez Fontanarrosa- que lo inunda. Un pacífico tsunami de refugiados que busca sólo contornear una puerta sin paredes a la que han negado su esencia ontológica de “puerta cerrada”.
El Tratado general de geopolítica de Vicens Vives, aparte del término: -“geopolítica”, hasta principios de este siglo, denostado por políticamente incorrecto- tiene un valioso valor adicional en la documentación de las ilustraciones que circulaban por Europa en años previos a la Guerra Civil Española. En su mayoría son mapas sustentando planteos nacionalistas, patrióticos o expansionistas; los hay de Francia, Italia y Alemania. Mostraban contornos de Europa, norte de África y parte de Asia Menor con las divisiones de países existentes en aquel momento, pero con distintos tipos de baluartes y defensas. En algunos casos, las fronteras aparecen almenadas como viejas fortalezas o con paredes de ladrillos rematadas en alambres de púas o con cañones de los vecinos apuntando contra ellas. En síntesis, Europa, previa a 1939, vallada y acorazada, reclamando por “fronteras seguras”. Para el desarrollo de este pensamiento imperialista, los nazis se basaron en el concepto de Lebensraum (espacio vital) creado por el geógrafo Friedrich Ratze idea que, con ligeras variantes, fue asimilada por (geo)políticos de otras naciones del continente.
A lo largo de este nuevo siglo ya se habla, con todo cinismo, de “fronteras exteriores” cuyo acmé es Frontex, organismo de la Unión Europea creado en 2002 y con sede en Varsovia. Ahora, que Polonia, país repartido entre Hitler y Stalin, cada dictador en demanda de su Lebensraum -¿cómo se dirá en ruso?-, sea uno de los países que abraza la xenofobia de manera fundamentalista y rechace, junto con Hungría, recibir refugiados no es un detalle menor; poco aprendieron de la ocupación nazi, el levantamiento del Ghetto de Varsovia, las fosas de Katyn y décadas de “protectorado estalinista”.
El Lebensraum de la Europa del siglo XXI, sus fronteras seguras, están tierra adentro de la costa sur del Mediterráneo y la oriental del Mar Egeo, en las riberas meridionales de los estrechos de Bósforo y Dardanelos. Los muchachos de Frontex van por más, hace tiempo que asesoran a gobernantes de naciones africanas para que repriman a los “invasores” que cruzan por su territorio en busca de las salvadoras aguas del Mediterráneo y del Egeo. Para muestra, un botón: las vallas entre Melilla y Marruecos, ya de por sí monstruosas y capaces de desanimar a cualquiera, menos a quienes lo han perdido todo. Ahora, la valla tiene otro no man's land del lado marroquí: una senda donde circulan guardias nativos armados, precedidas de un foso de dos metros de profundidad y cuatro de ancho, antecedido por una doble cerca de alambre de púas. In altre parole: “la frontera exterior de la frontera exterior”.
Hubo un tiempo, cuando Europa era feliz, un puñado de dictadores en sus “fronteras exteriores” le permitía elaborar sofisticados parlamentos políticos en pro de los derechos humanos para presentar, con sus patios traseros cubiertos, en foros internacionales. Pero, a finales del 2010, llegó la “Primavera Árabe” a Túnez y se extendió como una llamarada. Primero sorprendió a dictadores y autócratas locales, sustentados por un turbio complejo que incluye servicios de inteligencia y diplomáticos, banca internacional e intervención militar directa y, después, políticos y estrategas europeos.
Las multitudes se rebelaron contra los canallas que le hacían el trabajo sucio a las democracias del otro lado del Mediterráneo. Las manifestaciones llegaron a Egipto en el 2011 y, en el camino, le costaron la cabeza a Gadafi que, de palacios de las mil y una noches, terminó prófugo, capturado y linchado en el desagüe donde se había escondido. El mismo año la marejada llegó a Siria, al feudo de Bashar al-Asad y comenzó una guerra civil que continúa actualmente. El daño ya estaba hecho; primero las potencias europeas temieron porque la caída de Gadafi iba a terminar con su “fronteras exteriores” protegidas por el dictador libio y, además, por los suministros de petróleo; los temores fueron ciertos porque empezaron las olas de una inmigración descontrolada. Con las protestas en Egipto temieron por el Canal de Suez. ¿Y si la “primavera árabe” llegaba hasta Arabia Saudita, principal exportador de petróleo mundial? Ahora pese a Siria “protegida” por Rusia los diques se han roto y los inmigrantes, pese al riesgo de vida, siguen desembarcando en la costa norte del Mediterráneo.
Los ingenios para entrar se multiplican, en contrapartida, la policía tiene un arsenal más sofisticado, visores nocturnos, sensores térmicos para detectar el calor humano, acústicos para detectar latidos cardíacos y perros para olfatear tufos de inmigrantes. Pero éstos lo siguen intentando, se ahogan en el Mediterráneo y el Egeo, son devueltos de Grecia a Turquía, apaleados en las “fronteras exteriores”, se asfixian en camiones donde viajan amontonados como escombros. En Ceuta y Melilla tienen un premio extra, las “devoluciones en caliente” de quienes logran entrar y ya tiene el derecho de asilo. El señor de la viñeta de Kap sigue apuntalando su puerta sin paredes.
Escribo estas líneas y escucho Abbey Road de los Beatles. Paul McCartney canta Maxwell's Silver Hammer (El martillo de plata de Maxwell). La letra cuenta la historia de un estudiante de medicina, Maxwell Edison, quien mata a sus víctimas con su martillo de plata, primero a su novia Joan, luego a su maestra y finalmente, durante su proceso, al juez. Los refugiados resentidos por la xenofobia de los países que le dieron asilo, pero no medios de educación o subsistencia y sí discriminación, terminan vendiendo baratijas en las calles o haciendo trabajos mal pagos. O matando gente a puñaladas, o con camiones atropellando multitudes en calles peatonales -jugando al bowling con los caminantes.
Cada uno con su martillo de plata.
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